Zen, la noticia que se deja escuchar

Reflexión en el sesshin en Berriz en febrero de 2015

Estudiar el Dharma de Buda es estudiarse a uno mismo. Estudiarse a sí mismo, es olvidarse de uno mismo. Olvidarse de uno mismo, es ser certificado por todas las existencias del cosmos. Ser certificado por todas las existencias del cosmos, es despojarse del apego al cuerpo y a la mente, abandonar, dhatsu raku, cuerpo y mente. Abandonar el apego al cuerpo y a la mente. Al mismo tiempo, esto ayuda a los otros a desapegarse de su propio cuerpo y mente.

Dogen

Cada vez que un pensamiento se retira, se ofrece una ocasión a la revelación de lo sagrado. La actitud de abrirse hacia la escucha supone vivirse como Nadie, perdiendo así la memoria su efectividad yoica temporal para dejar sitio, hacerle un hueco, a una fuerza espontánea que aborda nuestro cuerpo de Conciencia, de conciencia global, que excede nuestros límites corporales. Eso sucede cuando, abandonada toda imagen, incluida la propia corporal, la conciencia se abre a otras dimensiones, siendo en tal situación cuando se comprende el aserto lúcido del gran maestro japonés al afirmar que “Za-Zen no busca el despertar, Za-Zen es el mismo despertar”. La constatación excede al pensamiento, no es que yo esté mentalmente atento, sino que, más allá de todo dualismo, me convierto en atención. Y eso se vive cuando uno se desapega del cuerpo y de la mente. La presencia del Ser no engaña, la presencia del Ser es certera, aunque algunos psiquiatras llaman a eso psicosis o esquizofrenia…

Esa ausencia de identificarme tanto con ideologías, religiones, facultades psíquicas u objetos, lejos de apartarme del mundo me hace más sensible hacia su dolor, más presente en el que sufre, más enérgico para denunciar la injusticia, más disponible ante quien me necesita, lo que contradice de raíz cualquier extravío psicótico.

Para mí, el mundo es una suerte de enigma que se renueva constantemente. Cada vez que lo miro, siempre veo las cosas por primera vez. El mundo tiene mucho más que decirme de lo que soy capaz de entender. De ahí que tenga que abrirme a un entendimiento sin límites, de forma que todo quepa en él.

José Saramago

La mirada inocente acoge sin referencias lo que le llega. Escuchar sin referencias, mirar sin patrones previos, es el paso previo al despertar. Lo aprendí y sigo aprendiendo de los niños. El yo, que parte del pasado, el viejo yo instalado en el pensamiento, que es tiempo, suele coagular lo que nos llega desde los sentidos en una red repetitiva que se aplica toda situación, a toda vivencia o percepción. Ese es su error. Sin embargo, la Vida, que es continuo flujo renovador, se le escapa. La Vida jamás se repite; dejaría de ser Vida.

Saramago, qué curioso ateo (él se autodefinía como “ateo religioso”), atisbó lo Ilimitado. Para ello no hace falta ser budista, ni ateo, ni cristiano; tan sólo querer ejercer el derecho de ser persona.

Abrirse a la escucha es un acto fundacional, una actitud fundamental para crecer en el ser, siendo preciso para ello adoptar la mirada inocente de un niño. Cuando nos hallamos en esa receptividad sin referencia, tenemos la ocasión de recibir la bendición de comprobar en nosotros el brotar de la plenitud de la vida. El mundo es una suerte de enigma que se renueva constantemente, sin cesar. La mirada inocente es un arte que nos enseña que los eventos cotidianos tienen un caudal de mensajes muy superiores a lo que la mente ordinaria es capaz de entender.

Captar lo ilimitado es nuestro derecho fundamental; lo ilimitado se presta continuamente a ser des-cubierto a la vuelta de cualquier esquina.

Nuestra auténtica morada terrestre es una bifurcación o cruce –punto crucial, encrucijada- entre cielo (nostalgia) y tierra (placeres alegrías sufrimiento), escenario de un constante combate para lograr integrar mi naturaleza terrestre y celeste, el ser absoluto y el ser del mundo, en un punto de unión donde mi naturaleza contingente, la existencia, se unifique en la esencia sin fronteras. Hablo de un campo de tensión, de tirantez, que sobrepasa un determinado punto o zona concreta de mi cuerpo y que se escenifica en mi existencia en el mundo.

Es en ese ámbito de tensión social-mundano- y contingente donde me ha sido dada la posibilidad de ser hombre completo, persona total: el corazón del ser como punto crucial de esa refriega cotidiana; el corazón del ser como amor real ajeno a toda suerte de romanticismo sentimental de suyo pasajero.

La madre tierra, entendida como devenir, como desarrollo histórico de mi andadura en sus caminos, condicionada por las circunstancias , dificultades y contrariedades propias del puro caminar, y, de otro lado, el espíritu, morada de las fuerzas paternas o espirituales. En la fusión paterno-materna, en el encuentro de espíritu y materia es donde brota el centro real de la persona, siendo en ese punto crucial no estático donde germina lo Absoluto, haciéndose relativo, terrestre, contingente: Fuerza en la fragilidad del cotidiano vivir, Sentido en la absurdidad de los aconteceres, Amor en la crueldad de lo que falsamente llamamos “la realidad”. Se trata de estar en el corazón del mundo sabiéndose unificado con lo que está más allá del mundo. Hablo de un camino por tierras de penumbra hacia el Ser que trasciende todo camino; vivir para él, aunque con la clara conciencia de que en ese camino hay zozobras que constantemente zarandean mi verticalidad y la tumban hacia la tierra, haciéndola horizontal. Mientras yo esté en este cuerpo habré de contar con tiempos alternos de tempestades y bonanzas, con lo que el faltar a la vertical forma parte de mi camino.

Abrazar el punto de intersección del corazón del Ser es fruto del ejercicio de una fidelidad tenaz que acepta la cruz de ese punto crucial; es la perseverancia de qiuen, por experiencia, conoce en sus carnes la dinámica de centrarse y des-centrarse que aflora mientras estoy en marcha caminando a lo real; ese vaivén del centro al mundo y del mundo al centro, que es el solar donde devengo como persona. Vivir centrado comienza por conocer la trascendencia que osa manifestarse bajo ese símbolo ancestral de cruz. No es a pesar de lo contingente, sino precisamente en el corazón de esa contingencia, donde el ser humano puede comprobar cómo su ser de tierra se unifica con el celeste Absoluto y, también le ha sido dado experimentar el Ser que desde los cuatro puntos cardinales, constantemente le reclama e interpela.

Hay un corazón, el centro del ser más verdadero y tierno que conozco, que nada tiene que ver con sentimentalismos que persiguen menos amar que poseer; es el corazón que emerge de la tierra cuando ya he abandonado todo y yo me hecho nada, y nadie, y tierra. Considero que ese centro-corazón es mi verdadera brújula, indicadora de la ruta que supera el dualismo cielo-tierra. Y confieso que es una de las experiencias más profundas que he podido vivir haciendo Za-Zen.

Mirar hacia adentro y descubrir un manantial que mana vida. Hallar sentido en lo aparentemente absurdo, y proclamarlo ante quienes por no saber usar las olvidadas alas repudian alzar la vista al cielo. Esplendorosa cumbre sin costuras, lugar sin lugar, donde brota la compasiva fuerza que nos impele a amar y ser amados.

Espacio sin anchura, donde al hombre, minuto a minuto (aun sin reloj, sin minutero), desde la noche de los tiempos le ha sido dado percibir más allá del cerebro, mediante el ojo que rebasa los sentidos. Tiempo sin tiempo, espacio abierto a lo que escapa a la fragmentación del método científico: la inocente visión de la percepción clara, total, que no es asunto de simples emociones. Porque al ser humano le ha sido dada la facultad de comulgar con la altura y la profundidad de lo inmenso, allá donde cima y abismo se unifican. Percibir y sentir allende el perceptor, allende el cuerpo. Para morir despierto, porque vivir distraído es suicidarse. El infierno es una enorme discoteca.

Despertar es ver “lo que es” y trascenderlo. Un derecho de nacimiento. Mirar adentro, con ojos recién nacidos, fuera de la colonización mental del sentido común, alerta como un bebé, con la conciencia abocada a lo real. Ello nos hace artistas de la vida.

Un pensamiento en “Zen, la noticia que se deja escuchar”

  1. Es un privilegio poder leer esto, aqui en mitad de la pista de la enorme discoteca, no se como decirlo, pero la sintonia, la certeza, es abrumadora.
    gracias por compartir y de esta forma hacer posible ese indescriptible big ban interior.

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