[Fragmento de la conferencia]
Prefacio
Este trabajo es una síntesis de la conferencia que tuve el gusto de impartir en la Facultad de Bellas Artes de la Universidad del País Vasco, donde fui invitado a finales de enero del 2009. Reitero, como en aquel día lo expresé, mi gratitud al grupo humano académico con el que me inicié como doctor. «Sois para mí, repito, la Facultad referente más viva de la Universidad del País Vasco, y os deseo permanezcáis en el arte de vivir, que es el único arte: la pasión por ser artistas de la vida. La pasión de ser, o del Ser que es el arte del Zen, tan ajeno al mercantilismo de Bolonia…»
En semejante vibración se desarrolló esta conferencia y agradezco a los Profesores Koldo Etxebarria e Iñaki Zuazo su introducción y facilitación para que el evento se desarrollara. También al profesor Luis Badosa, su invitación para que yo plasmara la conferencia en un artículo, en este artículo.
El vacío liberador
La experiencia del Vacío. La auténtica salvación del ser humano consiste en que éste caiga en la cuenta de que tanto él como el mundo circundante están «hechos de vacío», son vacío. La verdadera paz se produce cuando el ser humano alcanza esta experiencia de vacuidad y la transporta a su vida cotidiana, cuando la saca fuera del Zendo y la convierte en su propia carne. La experiencia incorporada del vacío es, por si sola, capaz de liberarnos de todos los sufrimientos de este mundo, incluido el miedo a la muerte. La experiencia de vacío nos libera de las sombras de la vida y de la muerte. El patriarca Zen Yöka Daishi lo expresa de este modo:
Cuando despertamos al cuerpo Dharma, allí no hay nada.
En nuestro sueño vemos claramente los seis niveles de la ilusión;
una vez despiertos, no hay ni una sola cosa.
Cuando caemos en la cuenta de la verdadera realidad,
allí no hay sujeto ni objeto
y el sendero que nos hace caer en el infierno del mayor sufrimiento,
desaparece instantáneamente.
Cuando vemos verdaderamente, allí no hay nada.
No hay ninguna persona; no hay ningún Buda. La esencia del Ser es Vacío; un vacío que nada tiene que ver con el nihilismo carente de sentido, sino con la plenitud del sentido; un vacío que está lleno hasta los bordes de potencia y de energía. Donde no hay ninguna cosa, allí está el Todo.
El Zen no es una religión, no quiere redimir o salvar a nadie; tan sólo busca el despertar. Ahí, a su modo, reside su forma de «salvación», porque, si se mira bien —y de mirar bien se trata— el despertar es en sí mismo la auténtica salvación de la ignorancia; un caerse los velos de la noche oscura. Pero, ¿de qué caemos en la cuenta a través del Zen? Pues caemos en la cuenta de un hecho fundamental: de que el Ser es Vacío, y de que el mundo objetivo es Vacío. Y eso libera, eso salva.
Mediante esa conciencia o constatación, mediante ese caer en la cuenta de la naturaleza vacía de las cosas, el ser humano se encuentra ante una importante ocasión de liberarse de todos los sufrimientos, principalmente del más fundamental: el problema de la muerte. La vivencia del Vacío, acarrea la auténtica paz de espíritu en la medida en que nos incluye: somos vacío. Y al quitarnos de en medio nos apartamos de la muerte, no nos atañe, transcendemos el dualismo vida-muerte. Nuestra conciencia traspasa la mente y el cuerpo, abriéndose al infinito. Esa es la experiencia del Ser.
El vacío de la meditación no se refiere, como pretenden los predicadores, a la renuncia de la belleza del mundo, sino a VACIARSE, a desembarazarse de la envoltura de la conciencia ordinaria, el pequeño ego, para que, de ese modo, suelto y vacío de hojarasca, poder arribar a la plenitud del mundo, al Ser del Universo.
En el ejercicio de la meditación, cada espiración es un soltar, un abandonarse, un liberarse de las ataduras del yo falso, y cada inspiración, un reencuentro con el verdadero Ser, con mi verdadera naturaleza. Mediante la práctica del Za-Zen, la meditación nos aboca a experimentar todo cuanto acabo de decir.
Respirar el Ser
filtrado en la materia…
Sentirlo cómo brota en nuestro pecho.
Respirar el propio aliento,
el que brinda alas
a las cadenas del dolor.
Punto vacío del Dios envolvente
que habita el filo del instante.
Paréntesis del tiempo
en las fronteras del aire,
y surco abierto
en el gran lecho de la Nada.
Ausencia del ego. Presencia del dios.
Poema sin poema, sin rima y sin acento,
que horada con su nada lo innombrable,
donde la historia se adelgaza y se deshace
bastante más allá de las orillas del espacio y del tiempo.
[Fragmento de la conferencia]
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