…viernes santo…

VIERNES SANTO

En un mundo religioso hecho para los puros, los piadosos observante de la Ley, Jesús pulverizó el asfixiante gueto del llamado pueblo elegido, el de los oficialmente buenos y legales, abriendo el cielo a la tierra de los abandonados, impíos e ilegales; porque empeñó su vida en revelar su verdadera identidad a quienes la había perdido.

La Fuerza del amor, si es verdadero amor, no reside en la amistad con los conocidos sino en la solidaridad unificante que incluye a lo extraño y extranjero. Conviene recordarlo ahora, que la solidaridad sigue siendo un delito. La experiencia de Getsemaní como la del Gólgota dejaron sellado en sangre que todo ser humano es más importante que la Ley. Jesús de Nazareth no era lo que se llama en España un constitucionalista.

Quienes hoy creyentes o ateos, siguen la suerte del crucificado, se apartan de la falsa conciencia de las “convicciones indiscutibles” de este mundo alienado y provocan la expansión de la conciencia compasiva con aquellos nuevos Cristos que, bajo la Ley del Silencio ven despreciada su humanidad ahogados en el Mediterráneo, o son devueltos “en caliente”. Por sus Obras los conoceréis… A Cristo lo mataron y hoy siguen matándolo los fariseos modernos. Los oficialmente santos.

La identificación con el crucificado, puede des-cubrir a tantos dioses y diosas cotidianos sin más poderío que el que otorga la fuerza de la compasión hacia sus semejantes y desemejantes.

Jesús de Nazareth murió como vivió: rodeado de proscritos. Sin hacer otra cosa que no fuera compadecerlos. Ya exhausto, el Espíritu le dio fuerzas para amar hasta el final: el ladrón, llamado Dimas, que junto a Jesús agonizaba, le pidió “que se acordara de él cuando marchara hacia su reino” (sic). En estado terminal, con el rostro ensangrentado, le faltó tiempo para esforzarse en abrir la boca y responder a su compañero de tortura “hoy mismo estarás conmigo en el Paraíso”. Hoy, hoy mismo, saltando la creencia de atravesar bardos tibetanos y otras condiciones, sin necesidad de que su cadáver reposara los días prescritos para que su espíritu volara en paz. No fue así: el cuerpo de Jesús, junto a los cuerpos de los dos ladrones, fueron movidos rápidamente, estorbaban. Pero Jesús no le preguntó a Dimas por su curriculum, o si era “trigo limpio”, que tanto preocupa al Cardenal Cañizares: le traía al pairo su historial, si era correcto o si era observante de la ley, o si tenía buen o mal karma, para salvarse de la reencarnación y esas cosas; no: “hoy mismo estarás conmigo en el paraíso”. Respondió, hoy.

Hoy, Viernes Santo, la bandera española ondeará por la muerte de Jesús a media asta. Pero se sigue matando a Cristo en los pobres e inocentes con el negocio de las armas. A Jesús de Nazareth, encarnado en los que dan la cara por la justicia, como hace dos mil años, lo siguen matando los mismos, legalmente, muy legalmente.
Sin embargo, el camino que este Maestro vivió y transitó, está claramente trazado: poner los ojos donde él los puso: en los que estaban fuera de la ley, en los apestados, en los extranjeros, en los que los prejuicios sociales nos prohíben mirar: los emigrantes, los desahuciados, las prostitutas, los refugiados que no hallan refugio, los ciegos que están al borde del camino, los mendigos de las aceras. Desde los ojos de esos cristos proscritos diariamente nos mira e interpela Eso que, sin saber qué es, llamamos Dios.

La denuncia no está reñida con la verdadera compasión, porque el amor a los enemigos es posible ejercerlo desde la experiencia de Unidad con toda creatura. Es un desafío al yo del “buen religioso”; también al yo del no creyente. El amor nada tiene que ver con la pasividad, nada tiene que ver con asumir la enemistad de quien humilla -esa actitud que Wilber llama “compasión idiota”-, nada tiene que ver que ver con la capitulación ante el que abusa.

RAFAEL REDONDO

 

 

 

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