Tú, Aliento enamorado; Tú, maternal Padre, que, amando, en tus candeales senos me diluyes y contienes; Tú, sangre de mi sangre, que latiendo en tus latidos, me tienes y mantienes. Tú, Vida de mis venas, que en las albas me recibes, y en las noches me sostienes. Tú, Unidad incombustible, que a terrenal carne y a vida eterna sabes; la que, ahora, muy a deshora, ya cansado, y por tu amor estremecido, me inspiras la dicha sin palabras de cantarte este canto agradecido.
Tras el antiguo amor del corazón del Padre Bueno, el que siempre añora
el hijo pródigo cuando retorna tras la aldaba de la casa….
Sus harapos, aunque más dorados que el imperio del hermano envidioso, no cubrirán el frío que al anciano padre obliga a abandonar su puesto de vigía.
Siempre me esperaste, Abba, a, mí, tu hijo, al despuntar el alba. He aprendido tu lección. Por eso, yo también me apresuro a perdonar, ¡que se tornen en carne los corazones de piedra, pues el viento es gélido y el día ha declinado…!
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Fluiste de Dios, Padre, Abbá, siendo así como te sentiste Hijo de Dios, Hijo del hombre…: Yo te bendigo, Padre -dijiste-, Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado estas cosas a los sabios e inteligentes, y se las has revelado a los pequeños.
Fluiste, Jesús, del seno de un Padre maternal que se vacía en amor. Tú, receptáculo esculpido en viva roca vaciada; Tú, apertura vacante, esa obertura, en sagrado himno devenida, que se prodiga en quién ha aprendido hacerse “nadie” y humilde como niño. Desde esa receptividad, clamo con Teilhard de Chardin en mis horas difíciles:
En las manos que han sido taladradas, en esas manos que sólo se han abierto para acoger y para bendecir, en esas manos por las que pasa un amor tan grande, es confortable entregar el espíritu.
Te dejaste esculpir, Jesús, te dejaste ser, para que nosotros también nos permitiéramos ser, haciéndonos, haciéndonos sencillos, haciéndonos a un lado, haciéndote un lugar. Y haciéndonos un ser horadado como tú, para que de ese modo Abbá dispusiera de un espacio que permitiera que Tú fueras una realidad en nosotros…
Ah, esa Presencia Pura, la que otorgas, a niños y sencillos, pero que con la sola razón, tendría yo que ser un ángel para descifrarla..
Ser como niños…
cazadores de instantes.
Dime, ¿a qué esperas?
Múisca: Vangelis – La Petite Fille De La Mer