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EN BÉRRIZ (MEDITACIÓN EN SOLEDAD)


Aventurarse a vivir des-provisto de blindajes. Tenderse, ahora, en invierno, bajo un árbol desabrigado de hojas, a la sombra del follaje de su desnudez, hallando en ella el cobijo del plomizo cielo… Todo eso es para mí un abrirse a la escucha del silencio de fondo de todos los días, de todos los meses, de todas las estaciones, de todas las tempestades y vientos….

Callarse -sin dejarse acallar, porque hasta las piedras braman vida- ante la oración que, hecha silbo en la frontera de los vientos, clama frente al solemne roquedal del monte Amboto. Aventurarse a des-cubrir la vida que pulula en cada piedra, la certeza que anida en toda duda, la potencia que oculta el vulnerable, la arrolladora fuerza que la fragilidad oculta.

La ola es el océano; una fugacidad que en lo eterno es contenida y en lo eterno es cobijada. Brocal de plenitud su aparente soledad.

Un abrirse al Todo se hace posible cuando cada mujer se vive como todas las mujeres, y cada hombre  como todos los hombres cada hombre.

Todo eso me fue dado ver, y no sin zozobra, en mi soledad bajo el desarbolado árbol de Bérriz, un árbol que él solo era ya un bosque; un árbol qué me mostró que un ser humano, cuando se ahueca y se hace Nadie, puede él  mismo ser toda la humanidad.

 

Nadie es respirar todos los vientos,

todas las tempestades;

ser Nadie, es sentir por todos los sentidos;

ser Nadie es vivir la libertad,

que me abre al mundo en esta aurora

al arte de vivir serenamente a la intemperie,

siendo intemperie.

Aceptando el fulgor y la tiniebla que acompañan mi andadura.

Ser Nadie es vibrar con todas las posibles oraciones

que des-cubren el sentido de todas las posibles religiones,

siendo persona con todas la personas.

Y amarte a ti en mí,

como te estoy amando ahora

sintiendo el gran latido de tu abrazo

en este aquí, en este ahora…

Ser Nada Nadie…

¿Por qué hago inalcanzable

lo que sencillamente soy?

 

RAFAEL REDONDO