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El rostro del amado, por Matxalen Somoza

Rafa me invita a poner palabras a mi experiencia. ¿Experiencia de qué?, le pregunto. Sabía que me ibas a preguntar eso, responde. Tu experiencia del Zen, de la Sangha, del último retiro,… Y aquí estoy meditando qué decir y esclava de mi “Pepito Grillo particular” que exige que sea algo sesudo y profundo.

Contar algo, ¿pero qué?, ¿sin “una experiencia” propia? Rebusco y sólo encuentro un minúsculo anhelo acorralado por ideas que se amontonan en mi mente.  Tengo ideas para casi todo. Por ejemplo, me pregunto a menudo “¿y esto del zen es “real” o una “jamada de tarro” sin más?” y automáticamente me respondo “la duda es útil durante un tiempo. Todos tenemos que pasar por el jardín de Getsemaní. Si Cristo dudó, nosotros también debemos… Pero hay que progresar. El hecho de escoger la duda como filosofía de vida es como elegir la Seguir leyendo El rostro del amado, por Matxalen Somoza

Crisálida

Carta de presentación a la Shanga IparHaizea

Llegué a conocer la Shanga IparHaizea siguiendo la pista de Rafael Redondo, tras leer el que entonces era su último libro: El brotar del asombro. Como los perros de caza, una vez que olisqueas lo que vas buscando, no paras hasta encontrarlo. El aroma de ese libro era el del corazón, el de mi propio corazón, por eso emprendí esa búsqueda. En IparHaizea fuísteis tan amables de ponerme en contacto con Rafael y le escribí una carta. Desde entonces tengo la enorme suerte de no haber perdido el contacto con él, ni tampoco con vosotrxs. Recibo los correos informando de vuestras actividades, y si no fuera porque en este camino, la aceptación de lo que es, es la mejor de las compañeras, diría que os tengo una sana envidia por la suerte que tenéis de contar con Rafael, tan cerquita (yo vivo en Sevilla), y de haber creado entre todos ese espacio que, aún sin haberlo vivido, sé que es un espacio de amor y de maduración.

Lllevo unos 15 años (ya voy perdiendo la cuenta) practicando meditación. Mi camino no tiene forma alguna, porque es el Silencio, el Silencio del corazón.  Entré en él de la mano de un maestro, J.F. Mortiel, después él se convirtió en gaviota y se fue volando en un atardecer malagueño, y yo seguí caminando sola, adentrándome donde él me había indicado, en mi propio pozo, en mi propio corazón. Él decía que en el Silencio, en la práctica de meditación, no había que introducir nada, sabiendo de nuestro afán de hacer, sino dejar que sugiera, aguzar el oído para escuchar el susurro de lo que somos, y nos decía que ahí podríamos oír incluso la armonía del cosmos, porque todo está en nuestro corazón. He compartido la práctica con escuelas de zen, con prácticas de budismo tibetano también, sintiéndome como en casa en todas ellas, pero siempre vuelvo a la quietud silenciosa, a la espaciosidad del Silencio desnudo, que fue donde «me crié», que es mi patria sin fronteras.

No tengo aquí la suerte de contar con un espacio como el vuestro, aunque sí comparto con vosotros la fortuna y el agradecimiento de escuchar a Rafael. Escucharlo es recibir la vida, mirarse en un espejo claro y límpido que nos permite vernos. Por eso empecé a enviar algún escrito, porque me sentía cerca de vosotrxs, aunque no haya pisado aún el zendo. Dice Nisargadatta que Seguir leyendo Crisálida

Dama de Anboto

Rompe el día en el silencio de Berriz. Anboto al fondo despliega de la umbría haciendo Zen. Todo aún calla; los pliegues rocosos de la cueva, morada de Mari, desvelan ya el florear de la luz. La Dama me previene: buscar el despuntar la luz no es apropiarse de ella; más bien dejarla ser, aunque aún te ilumine.

Es el umbral del alba; luz que en cada guijarro prende, fulgurante momento de fuego, en cuyas sombras evanescentes se esconde el invisible dios que espera. Mi amigo Celso Navarro comienza el sesshin. Para él y para su sangha canaria este poema:

DAMA DE AMBOTO

¿Quién creó la escarpada geometría

de las rocas plegadas en la hondura,

ese magma de nubes y espesura

que serpea en Seguir leyendo Dama de Anboto