Acceder a la Totalidad supone aproximarse al límite de la visión ordinaria, o mejor aún: saber estar solo –que no aislado- para traspasar la cotidiana ceguera rutinaria. También para acceder a Globalidad allende el tiempo No podremos percibir lo realmente nuevo de no reconstruirlo recreándolo mediante una visión que es re-visión. El poeta lo hará con el fuego de su sentir en las palabras, el pintor mediante la antorcha de su imaginación, el místico haciéndose silenciosamente vacío…
Y el esplendor de la nueva conciencia, guarecida hasta ahora en la honda noche, incendiará nuestro mundo alumbrando otro más nuevo.
Arrancar del silencio la verdadera palabra que indaga en lo indecible; eso persigue, ve, vive y transfiere el artista de la vida cuando en su conciencia desnuda florece una visión nueva. Y el arte de vivir se activa como creatividad y Epifanía .
El auténtico lenguaje no es el utensilio memo con que diariamente se relacionan los mediocres, sino el receptáculo vacío que pretende ESO sin nombre, que, sin alcanzarlo, intuimos desde poco después de haber nacido, y que Heidegger bautizó como el hogar del ser; guarida donde el suelo es techo y al revés. Morada ajena al orden de los puntos cardinales, vivienda sin tabiques de la que el artista verdadero es su custodio.
Persecución de lo inefable, búsqueda de lo imposible. Porque esa utopía sólo lo es en la conciencia vieja. Y el místico la traspasa. La poesía verdadera es un intento de presión a Dios para que hable. Utopía del poeta verdadero que sabe que su expresión jamás podrá alcanzar la totalidad, ya que el destino de su verbo es lo inalcanzable. Su «intuitio», o conocimiento directo, despunta en la orilla anterior a la palabra, en el aliento del que aflora, y su aguda visión parte de una pre-visión innominable que vuela a la otra ribera de la visión; de ahí que su palabra alada sea frecuentemente un mensaje aparentemente perdido que solo él comprende. Sin embargo, en semejante salto al vacío, el artista se sustenta en una porfiada confianza que es la pasión por la verdad que florece en el instante eterno del presente. Todo ello es la fe del místico, que duda de la duda. Hablo de un proceso creativo, no exento de sufrimiento, que le hace a la vez cumbre y origen, abismo y cielo, donde el presente es Presencia en la honda Ausencia. Trascender la lengua, trocándola en lenguaje trascendido es parte de su oficio. Aproximación a la frontera de lo inenarrable.
Con toda probabilidad, ya digo, el poeta auténtico jamás alcance con su verbo lo inefable; mas, de su pasión por la verdad, lo inefable aflorará en su decir cuando él mismo poeta ya sea sólo gesto y carne transparentes al Ser que en él se trasluce y se clarea.
Y aquí, podemos decir con gran certeza que todo extravío es la excusa de una gran descubrimiento.
Pero, aun bebiendo de las fuentes de esa Nada, el artista de la vida, está en condiciones de confiar en su posibilidad de desmentir la propia nada. Antes de que Abraham existirse yo ya era. Antes del Big-Bang yo ya estaba allí. Y el místico lo sabe, pues es el esplendor de la Nada el pan que le nutre.
Como almas des-nudas de sus nudos, sin huecos en la arena que testifiquen nuestras huellas; hasta que las olas las disipen, tan sólo una caracola enrocada haga quizá de humilde y pétreo testimonio de cuanto he dicho, aunque ni el aire lo delate, ni nadie se dé cuenta. Y de ese modo, limpia uno las puertas de la percepción habitual, y aflora lo real tal como es: infinito. Se trata de limpiar-se. El artista comienza desde la página en blanco que a él mismo blanquea. Y desde ella se abre a la creación, porque ella, la Realidad no deja de crear. Y de asombrar. Es más: ella es la misma creación. El artista vive en ese límite, que sólo en su ancianidad se intensifica, hasta pagarlo (es un decir) con la vida que se apaga. Pero ocurre que él ya se había ejercitado antes en la aventura de morir antes de morir, que es un arte mayor. De ahí que nunca muera.
Veo una piedra solitaria que las mareas arrastraron a la orilla. Permanezco hasta atisbar su in-resistencia. Como almas des-nudas de sus nudos, sin huecos en la arena que testifiquen sus huellas y las nuestras; hasta que las olas las disipen. Tan sólo una caracola enrocada haga quizá de humilde y pétreo testimonio de l que es la transparencia de sólo ser, aunque ni el aire lo delate, ni nadie se dé cuenta. Y de ese modo, se limpian las puertas de la percepción habitual, y aflora lo real tal como es: infinito. Se trata de limpiar-se. El artista comienza desde mucho antes de tomar la página en blanco. Y desde ella se abre a la creación, porque ella, la Realidad, no deja de crear. Y de asombrar. El artista vive en ese límite, que sólo en su ancianidad se intensifica.
RAFAEL REDONDO