Un monje, y próximo sucesor de su maestro, preguntó a éste en el lecho de muerte:
-”Maestro, existe alguna enseñanza más que yo deba aprender de ti?”
-“No, respondió el maestro- me hallo plenamente satisfecho; sin embargo hay algo en ti que me preocupa bastante”.
-“¿A qué te refieres, Maestro? Dímelo por favor, para que de ese modo pueda yo corregirme”.
-“¿Sabes qué es lo que me preocupa de ti? –dijo el maestro-: me preocupa que sigas apestando a Zen-“
La esencia del Zen -seré reiterativo- no tiene nombre, sobrepasa el mismo Zen, incluido su nombre. Cuando uno ha experimentado lo innombrable no puede adherirse a nada ni a nadie, porque nada y nadie -ni siquiera el desprenderse total, o el Vacío- pueden dar cuenta de ESO. Adherirse a las creencias y adherirse al Vacío, en tanto que adherencia, supone el mismo mal. La misma Nada, en su plenitud, rehúsa a ser venerada como objeto de adhesión. Y no hay palabras para poder explicar lo inexplicable. Será preciso, incluso renunciar al propio Zen. El desapego, cuando lo es, es total, incluido el deseo de perfección, que se queda vacío, y suprimidos tanto el individuo como su situación. Una experiencia de absoluta negación, donde sujeto y objeto se dejan diluir en la nada; tal es la más genuina expresión del Zen, que incluye su propia negación. La negación como un Seguir leyendo Vaciarse de «Zen»