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Recuerdo de Plácido

Eran las 8,45.  Begoña (a la que yo llamo la Teresa de Calcuta laica, sin dar más pistas) interrumpió mi desayuno: Plácido –voy a llamarle así- había fallecido. Plácido, llegó de Italia acarreando en su espalda el peso de una vida marginada llena de luces y de sombras. Fino artista que combinaba con delicadeza y creatividad el óleo y la madera. Para mí era un compañero de camino, un ser querido de mi nueva familia, de la raza de los que no tenemos raza. Desde la ambulancia al Hospital fue atendido por brazos femeninos generosos. Hasta llegar a Urgencias. “Porque al enterarse de que era drogadicto –me dicen- se desentendieron de él”: “Mañana le daremos de alta…” exclamaron, que es el modernismo científico-médico que enmascara el desinterés. “A los drogadictos les escupen, sobran, los barren de los boxes”. Pero Plácido murió allí, donde estaba prohibido aparcar.

No tenía raíces, ni era hijo ni hermano ni cuñado de un político. Plácido era Seguir leyendo Recuerdo de Plácido

Vívelo

La muerte es continuar aferrado a «lo que hay», reprimiendo lo que late en el corazón de los instantes de la Vida. Ella invita a salir de la memoria, a saber perder el tiempo para vivir fuera del tiempo. Vívelo, «no pierdas el tiempo».

José, compañero

(Dedicado al poeta Marcos Ana y a mi amiga la poeta Lou(rdes) Barrera)

“Dios –dijo Saramago- es el silencio del universo, y el ser humano, el grito que da sentido a ese silencio”. Una definición- según el teólogo Juan José Tamayo- más propia de un místico que de un ateo. Se trata de una de las más bellas definiciones de Dios.

Mi amiga Lou, emocionada, me trae al recuerdo las palabras que Saramago, con quien ella tuvo relación, dedicó al gran poeta Marcos Ana:

«Es la solidaridad convertida en instinto, la dignidad como la pura esencia de la libertad en su sentido más profundo, la posibilidad real de acceder a la esfera de lo verdaderamente humano..» Como tú, José. Como Rafa, mi amigo.

Le recuerdo –añade Lou- en el paraninfo de Deusto: » Espero –dijo el Nóbel- ser merecedor de la atención que me prestáis…».

Miraba noble, -añade Lou- emanaba verdad. No creía en Dios y lo reflejaba. Al igual que Neruda «venía triste de ver un mundo que no cambia». Toda su obra humana y literaria fue un ansia de Seguir leyendo José, compañero