Hay un tramo del camino donde se pone a prueba el mismo caminante. Un trecho estrecho, y escabroso, donde el camino deviene en Camino. Comienza allí un umbral que sólo puede atravesarse dando un salto a otro nivel. Extraño, sorprendente cambio de rasante donde el andar se torna en desandar. Quien hasta ese ramal llegara, deberá proseguir ligero de equipaje, mudar sus antiguos modos. Cambiar de vida. Inevitable pirueta para quien ve la imperiosa necesidad de liberarse de la esclerosis de las viejas maneras, e inaugurarse él mismo en tanto que Camino. Es en ese brocal donde el peregrino advierte de pies a cabeza, y no sin sufrimiento, una nueva apertura experimentada como promesa, y acepta con determinación firme los avatares de esa todavía misteriosa alternativa.
Son muchos los senderos y formas que abocan al Camino. Y no exentos de fracasos. Conocí en Deusto a un viejo profesor discípulo de Jung, que exigía en sus discípulos un extraño currículo: el que hubieran tenido experiencia de fracasos, como equivocarse de ruta, de guía, de profesión, de religión, de pareja, de trabajo, de maestro… El fracaso siempre es una admonición que exhorta hacia el