La crisis que ahora estamos sufriendo no es sólo la versión más pura y coherente del capitalismo. La crisis -mejor sería llamarla asalto a mano armada– es la única versión posible del sistema más voraz creado por la especie humana para su autodestrucción, que se llama capitalismo. En este, la corrupción no es un apéndice casual propio de unos pocos miembros perversos del gobierno del P.P., sino que forma parte del metabolismo social del que aquel no es sino mero gestor.
Pero lo que, entre otras cosas, nos está ocurriendo es que este modo de canibalismo ha sorprendido a la ciudadanía mirando hacia otra parte, con el paso cambiado, pues desde hace décadas ya veníamos soportando mansamente los absurdos lenguajes de que la democracia liberal es el sistema menos malo de los posibles, o que las alternativas procedentes de Marx, era cosa de románticos, o que la educación universitaria tiene que estar orientada a servir a la sociedad (se entiende que a la sociedad empresarial), como proclaman los centuriones del llamado plan Bolonia. Y en este plan.
Por más que la indignación social ante el actual despojo sea haga más creciente, el hecho es que cuando la crisis se inició, miles de jóvenes ya estaban integrados en la mentalidad fraudulenta de la dinámica competitiva. Era la hora del regate corto, del enriquecimiento a golpe de especulación, del sálvese el que pueda, del vilipendio del poder mediático-liberal a las organizaciones sindicales, del pelotazo, de la patología de la normalidad… Recordemos el tirón que sólo hace pocos lustros tuvo Mario Conde como ejemplo de identificación con el ansiado éxito, o el llamado Super López, símbolo y modelo del triunfador en nuestras escuelas de ingeniería o facultades de Economía, donde se siguen fielmente los programas económicos del liberalismo que consideran la globalización capitalista tan natural como la luz del sol.
Tuvieron que ser -qué curioso- dos jóvenes nonagenarios recientemente fallecidos los que comenzaran a hacer despertar de su letargo a tanto joven prematuramente viejo, y a tanto viejo plegado a lo más viejo. Estoy hablando de un modo de concebir, percibir y vivir la realidad de modo fraudulento, engañoso, falaz; eso que en mis libros he llamado patología de la normalidad, y que el recientemente resucitado Karl Marx bautizó como falsa conciencia, y ahora, Pensamiento Único.
Parto de un hecho: la conducta corrupta es derivada e inherente al fundamentalismo de la religión capitalista, y es impensable salir de este dogma envilecido sin una revolución radical de nuestra conciencia. Me refiero a un cambio, a una transformación que, incluyendo dimensiones estructurales, añada la conciencia individual. No hay cambio sin cambiar-se ni transformación sin transformar-se . Y eso la llamada izquierda aún no lo acaba de aprender, es su asignatura pendiente. Pero, ¿en qué debe cambiar hoy el ser humano si no quiere verse abocado a la extinción?
Vivir sintiéndose separados (individualismo capitalista) es la falacia de una vía muerta. El sentimiento de Unidad del Ser, que yo aquí reivindico en tanto que no-dual, traspasa y rebasa el concepto básico del socialismo llamado solidaridad, porque ésta, aun siendo sublime meta y sueño de la humanidad, supone aún cierto Seguir leyendo Meditación y afrontamiento →