Todo ser humano, si se detiene a mirar su propio fondo, reconocerá la Realidad que le alberga. Una suerte de diafanidad, de claridad, de transparencia a la que sólo tiene acceso quien, no sin dolor, se ha des-ubicado de sí mismo. Hablo de un liberador desalojo previo como condición necesaria para que el “buscador” se haga transparente al Todo que le habita.
En el camino del Zen es frecuente acompañarse de trashumantes, itinerantes, caminantes… buscadores. Todos de algún modo lo somos, sin embargo he descubierto en muchos de ellos y ellas una común característica: la apertura ilimitada del desposeído, que basa en su desnudez el poder de percibir y penetrar la Profundidad del Espíritu que le interpela, que cada instante le insta y le remueve hasta hacerse transparente. El amoroso apremio de un Seguir leyendo La apertura del desposeído