Eso que llamamos la realidad es una construcción ideológica, siendo así que lo realmente real es eso que sucede cuando nos desprendemos de esa entelequia programada; un desprendimiento más necesario ahora que la humanidad está atrapada en un modo, y una moda, de honda perversión, que ensalza la mentira como si fuera y la verdad y confunde salud con patología. Falacias interesadamente expandidas a diario por la mayoría de los medios de comunicación.
Nos enseñaron desde la fase preescolar a vivir para nuestro provecho (estudia, que para ti será) convirtiendo -o pervirtiendo- la casa de la humanidad en aciaga pocilga; y así, como brutos egotistas consideramos vivir en ese estercolero espiritual no sólo como si fuera el mejor de los mundos, sino como el único mundo posible, el que nos ha tocado vivir, el que nos ha dado Dios. El que y del que formamos parte. Un lenguaje nada inocente, por cierto.
Nuestra civilización políticamente democrática solo ejerce como tal una vez cada cuatro años en las urnas, cuando el poder administrativo decide “tirar de censo”, pues somos una sociedad censitaria. Hablo de una democracia entendida como mera organización, desde el papel del censo, no desde el espíritu participativo propio de seres maduros. Pero va siendo hora que llevados de la mayoría de edad que a estas alturas de la historia nos compete, cojamos las riendas de nuestra vida ampliando el margen de decisión, y de conciencia, amplificando los partidos, involucrando asociaciones intermedias, haciendo llegar nuestra voz continuamente y no cada cuatro años. Ello exige ya un nuevo liderazgo que supere el esquema de quien, en aras de la libertad, nos mantiene en minoría de edad, señalándonos lo que tenemos que hacer, para instaurar otro tipo de guía que, cual espejo, nos Seguir leyendo Vivir, no desvivir