Podrás paladear bellos atardeceres, sentir en tu rostro el lloviznar de inmensas cataratas o exóticos paisajes; te instalaras, si tienes medios, en deslumbrantes casas de campo, o bosques insólitos; o te organizarás en comunidades y comunas para practicar las más elevadas experiencias, como puedes también dejarte cegar por las fascinantes vidrieras de las deslumbrantes catedrales de la vieja Europa, como Chartres, Fiburgo y Viena, pero esas vivencias no alcanzarán ni por asomo el estremecimiento que ESO puede provocar al presentarse en tu conciencia.
ESO rebasa y rebosa cualquier emoción humana, de suyo evanescente. El fulgor que a ESO acompaña no es un estado, de suyo evanescente sino un estadio permanente.
ESO eres tú, tu mismidad profunda e inabarcable; tú, lo Otro de ti calando allá en tu más profunda vena. ESO que se deja tocar cuando no lo persigues. Vida y presente en tus adentros y omnipresente en las afueras.
ESO, cáptalo en el silencio haciéndote Silencio. Conocer ESO que llamamos Dios o Ser, o Theos no es tema de viajar ni de pico-Theo; ni es cosa de saber-lo, sino de humildemente ser-lo.
La práctica meditativa, en nuestro caso el Zen es exigente, y puede serlo hasta la extenuación (morir al ego es un asunto serio, no es cosa de aficionados). Exhorta a la dedicación plena. Y ESO, claro, causa escándalo a quienes Seguir leyendo Zen, implacable honestidad