La mente, el pensamiento, plantea a cada rato sus dudas, sus exigencias, sus incomodidades, y también dice de vez en cuando que está contento y en paz. Lo que tú has de ver, no desde el pensamiento, sino desde la inteligencia, desde tu silencio interior, desde tu atención consciente, es que el pensamiento no importa nada, no es nada en absoluto. La alegría y la tristeza que él siente son mentirosas, porque a cada momento se transforman la alegría en tristeza y al revés. Simplemente, observa cómo apunta un pensamiento, se golpea el pecho y dice «aquí estoy yo diciendo que no puedo más, hazme caso», tú te identificas con él y admites con él que no puedes más. Sin embargo, al cabo de muy poco aparece otro pensamiento que borra el anterior y que dice que estás mejor, y luego otro que lo niega. No merece la pena atribuirle tanta importancia a lo que diga la mente, porque a cada instante dice una cosa diferente. Tu paz, tu ser, no es un pensamiento, un concepto, sino tu estado natural más allá de la mente. Antes de que nacieras -y recuerda que naces a cada instante como un concepto, soy así o así y estoy más o menos a gusto- no había pensamiento perturbador, como no lo habrá tras la muerte. Ahora mismo, en este instante intemporal que precede eternamente al pensamiento, eres pura atención sin forma, sobre la que el pensamiento se dibuja y desdibuja. Si lo ves, el pensamiento comienza a carecer de importancia. ¿No ves cómo todos los pensamientos que te perturbaron hace unos días o unos años han quedado para siempre en el olvido? Lo mismo ocurrirá con el que te perturba hoy. La sensación de que en la vida podemos ganar o perder es la culpable de todo: ella dice que quiere tener la mente limpia, sentir todo el rato sensaciones agradables, pero eso no es posible, porque la mente consiste en Seguir leyendo Pensamiento inane