Vive un algo fragante, una rosa que olemos a escondidas del saber y que nos trae a presencia; la que pone en casa, en nuestro conocimiento, la innumerable rosaleda y sus aromas. Os hablo de esa rosa enterrada en su luz, de la madre a ciegas del sentido, la del vértigo y el desmayo del alma. Ella se le ofrece como si fuera espina, y cuando al fin la atraviesa de parte a parte, el alma da con su principio y huele toda a su flor propia.