Nuestros brazos, apéndices del tronco, hoy se alzan al viento como ramas despojadas. Manos vacías, derramadas de uno mismo hasta el horizonte sin costuras. Cercana lejanía. Se extingue la noche al alumbrar su aurora. Es preciso quitarse de en medio, extinguirse, como condición de un gran alumbramiento. Indestructible fragilidad temblando en los destellos de lo oscuro. Fulgor en la fragua de Urkiola amanecida.
Se desvela el numinoso estruendo de la oquedad del Dios Vacío y esculpido roquedal. Manos alzadas, que no aferran, que sueltan y conceden; manos como pies, que desandan sus propias huellas; manos del manantial, silencio inmóvil del Seguir leyendo Gesto en Saibigain