Conozco un camino que llega entre la fronda hasta el gran precipicio. A sus pies, las aguas verdes del pantano, arreboladas por la brisa, van heridas de sol hecho pedazos. Vengo a menudo aquí para sentarme. Se aclaran las pupilas, con precisión y hondura se van desenfocando hasta que todo da consigo. El cuerpo se abre, se diluye en el aliento; el aliento en el espacio. Entre el norte y el sur, entre el cielo y la tierra no ha quedado un lugar donde el ser no se encuentre siendo nada, siendo uno. ¿Qué es esta entera libertad de ver tan claramente que jamás me he movido, de hallarme preso en mí como el mar en la mar, como lo verdadero en lo verdadero?