Suspiros de sol acariciando mi cara, acariciando mi corazón. Susurros de luz flotando entre las palmeras, sin siquiera rozarlas. El silencio de un aire dulce, cálido, madrugadora sugerencia de la esperanza que nos reúne en este nuevo encuentro. Una parada en el camino para compartir las vivencias, las experiencias, los dolores y las alegrías. La común-unión del pueblo Maya en Maní, Yucatán, acompañados, alentados y escuchados por hermanos y hermanas en este viaje de la vida provenientes de otros pueblos, de otras tierras. “Desalojos, desplazamientos, despojo de territorio y contaminación de semillas nativas en la península de Yucatán”, la agenda está cargada.
Un altar congrega a los participantes; flores, cocos, jícaras, velas, colores y vida en el centro de este encuentro que denuncia la muerte impuesta por aquellos que siembran miedo. Precisamente, un recordatorio del Chilam Balam de Chumayel, se hace presente, fiel testigo sobre una lona del evento; “Ellos enseñaron el miedo y vinieron a marchitar las flores”. De esa frase parto, no es este un artículo sobre el evento, sino un sentir y una reflexión como participante en él.
“Ellos enseñaron el miedo”. ¿Quiénes son ellos? ¿Los españoles que llegaron? ¿Los gobernantes mexicanos? ¿Empresas multinacionales como Monsanto? Así es, y sobre ellos se habló como los causantes de los desalojos, despojos y contaminación. Sin embargo, sentado bajo el sol, escuchando testimonios, sintiendo los dolores y el coraje de varios hermanos y hermanas, observando la libélula en su ligero y firme vuelo, apartando la mosca de mi brazo, reviviendo reflexiones pasadas en este presente contexto, me vino, de nuevo un sentir. ¿Ellos? Esos que vienen, que enseñan miedo, que conquistan, que matan en su caminar. Sí, ellos que matan porque no viven y temen a la vida. Ellos que decidieron vivir en el miedo, separándose de la confianza, del cosmos, de la vida. Pero ellos, somos nosotros, son nosotros. El enemigo somos nosotros mismos y es importante no perder de vista esta realidad, puesto que mirar siempre hacia fuera, sin dar cuenta del paso que cada uno da, y es, nos aleja del equilibrio, y de la propia responsabilidad que cada quien asume. A pesar de que se pueden señalar a aquellos que están abusando, y es necesario hacerlo, es preciso también caminar hacia un camino que no es lucha, sino creación, un camino de vida.
“Y vinieron a marchitar las flores”. ¿Qué flores? Flores de la conciencia, esas que nosotros mismos dejamos que se marchiten por nuestros propios miedos. En ese marco del temor marchitamos la conciencia, esa esencia que es vida y florece en diversidad de formas sobre el planeta. Esa esencia que está guardada en las semillas. Y precisamente de semillas se habla en este encuentro. Semillas originarias, igual que los pueblos guardianes de ellas.
Me dejo sentir, y brotan nuevos sentires con respecto a la humanidad y a los pueblos originarios. Siento que acogen una responsabilidad muy grande en nuestro planeta, asumiendo retos nada fáciles. En la preaudiencia se escucharon voces respecto a la identidad, al territorio, a su combinación fundamental respecto a los pueblos de Abya Yala y su futuro. Sí, es un tema de vital importancia, y allí, sin embargo nace el mayor reto. Por un lado los pueblos resisten, siguen caminando, a veces reivindicando con fuerza su identidad, la cual ha sufrido ataques a lo largo de la historia. Se les ha negado, y se les sigue negando la identidad, o al menos la libertad para vivirla, para caminar de acuerdo a su propias prácticas e interpretaciones del mundo y del cosmos. De allí, que a veces la resistencia sea fuerte y necesaria, porque no sólo es una identidad y una cultura la que se defiende, sino profundas sabidurías que subyacen, y que penetran más allá de la propia cultura. Es así que surge el doble reto de los pueblos. Por un lado reivindicar su cultura, su identidad, proteger su raíz, sin embargo, esa raíz es profunda, se conecta con la raíz común de la vida que todos y todas somos. Su sabiduría sabe de la conexión con la naturaleza y el universo entero, sabe de la interconexión y la unión, sabe que todo es, que todo respira, que todo vibra en la orquesta del cosmos. Sabe de armonía, sabe de equilibrio.
¿Cómo no perder la raíz propia para que se mantenga la raíz común? Ese es el reto. ¿Cómo caminar y compartir la sabiduría de la unión, que el sistema de poder trata de ocultar y destruir, manteniéndose firme en las propias enseñanzas de equilibrio y respeto sin perder la identidad propia? ¿Cómo mantener la serenidad cuando el sistema de poder trata de acabar con una cultura, que dicha sea de paso, es una cultura que sigue ofreciendo esperanza por su conexión directa con la raíz común de la humanidad? Proteger la unión sabiéndose más allá de la propia identidad y sin embargo, ser esa identidad que lleva a la profundidad de la existencia común de la humanidad, de la vida.
Los pueblos originarios, guardianes de semillas originarias. El sistema de poder trata de contaminar la vida con semillas alteradas, alterando así los sueños, las esperanzas, los silencios. Esos silencios que están guardadas en las semillas originarias. Es preciso escuchar el mensajes de las semillas originarias que no son patrimonio de ningún pueblo, porque la vida no es patrimonio de nadie, y sin embargo, todos y todas somos vida.
Los pueblos de Abya Yala comparten la necesidad de un proyecto de descolonización frente al sistema de poder. Siento que ese camino va más allá, es una descolonización del propio ser, que ha sido moldeado por el sistema de poder. Es preciso el camino paralelo de descolonización y de descontaminación, tanto del planeta, como de nuestras almas, que están interconectadas en cualquier caso.
Mucho se ha compartido en la preaudiencia en Maní, muchos testimonios, situaciones conmovedoras, realidades duras y dolorosas, injustas. Gritos que exigen el respeto de los derechos, que suplican justicia, que denuncian la destrucción de la vida y las formas de caminar esa vida. Y sin embargo, frente al dolor y la destrucción, se respiran aires de esperanza.
Finalizo con lo que fue el comienzo de la preaudiencia. Una ceremonia compartida que dio inicio al evento, que armonizó la energía de los presentes, una oración conjunta frente a ese altar de vida que describí arriba. Como final de la ceremonia (que marca nuevos comienzos), se compartió la llama a través de las velas que portaban los presentes. Una llama de esperanza y vida. Los presentes entorno al altar “sembraron” las velas en el suelo creando un circulo de luz. Tras comenzar las siguientes actividades, las velas seguían dando su luz, a medida que la cera se iba deshaciendo, acercando la luz a la tierra, y así, las decenas de llamas se deshicieron en el corazón de la Pacha Mama.
Los pueblos originarios, guardianes de las semillas originarias, del silencioso canto del cosmos, de la luz que se siembra. Como seres humanos, como pueblos originarios que somos todos, en realidad, tenemos la elección de escuchar el silencio de las semillas, y si así lo decidimos podemos sembrar la luz que en ellas respira, esa misma luz de donde venimos, que florece desde la oscuridad.
(i) Este escrito está inspirado por la experiencia compartida en la PREAUDIENCIA «TÁAN U XU’ULSAJ K-KUXTAL» (Están acabando con nuestra vida. Políticas de exterminio contra el pueblo maya) que se realizó como parte del Eje «Violencia contra el maíz, soberanía alimentaria y autonomía» del Tribunal Permanente de los Pueblos – Capítulo México. En el se presentaron diversos testimonios de agresiones que ponen en riesgo el territorio, la cultura y la vida del pueblo maya, realizándose los días 9 y 10 de noviembre de 2013, en la Escuela de Agricultura Ecológica de Maní “U Yits Ka’an”, Yucatán, México.
Leo una nota al pie de página en el libro «La pipa sagrada», dictado por Alce Negro a J.E. Brown:
«Los primeros habitantes de las llanuras norteñas de lo que hoy son los Estados Unidos se llamaron a sí mismos «lakota», que quiere decir «la gente», una palabra que proporciona la base semántica del nombre Dakota. Los primeros europeos que se encontraron con los lakotas los llamaron «sioux» una contracción de «nadowessioux», palabra franco-canadiense que significa «culebra» o enemigo. Los lakotas también usaron una metáfora para describir a los recién llegados: «wasi’chu» que significa «el que se lleva la mejor tajada», o «persona codiciosa» (…). El término «wasi’chu» no describe una raza; describe un estado de ánimo.»