Resucitar es un cambio radical de conciencia, una transformación en toda regla. De arriba abajo.
Transformarse requiere gran valor. Para renacer es preciso morir, cambiar el ADN, ser otra persona con otro patrón de vida. Meditar es seguir el derrotero inverso de la sociedad, las antípodas del pensamiento habitual, el camino del guerrero. Que la valentía te anime a despertar e invitar a despertar; a transformarte e invitar a transformarse. En realidad la transformación, con toda la carga de muerte que ella implica, merece ser celebrada, porque la extinción del ego, supone la apertura al Ser, la bondad elemental, una ganancia real, digna de dicha y alegría.
Misión nuestra es hallar el sentido de
la palabra “sentido” tras tanto torreón de paja; vaciar, de-construir la hojarasca que oculta nuestra verdadera realidad: des-escombrar, soltar, ahuecar, des-bautizar, des-nombrar, y liberarse. Para eso nacimos y morimos: una suerte de danza de siete velos donde la muerte deviene en Vida, en Presencia, en silenciosa desnudez que no nombra al silencio.
Mirar a la muerte de punta a punta, cara a cara. Hacerse presente –presentarse- a ella. La hermana muerte, sí, seguramente el asunto más inquietante de la especie humana. Su elemental condición de incertidumbre, pone en cuestión la confianza básica del practicante de Zen. La muerte es el gran asunto que determina un modo de existencia, un comportamiento, una conducta conscientemente afectada por aquel.
Contemplar la muerte, nuestra muerte, despertando a la inherencia de su nihilidad, a la angustia de nuestra extinción. Se trata de incluir esa última frontera en la contemplación, aunque mucho más allá de la simple mirada contemplativa, realizando y actualizando la presencia del acabamiento en el fundamento de la propia existencia.
La incorporación de la muerte como realización del más profundo fondo de uno mismo, y ello no tanto como quien contempla un objeto exterior, sino como el hecho de que ese yo mismo alcanza a ser él mismo semejante acabamiento, sin escamotear ni edulcorar sus límites, angustias y zozobras.
Situarse en la base de la nada es el punto de partida elemental. Sólo quien expira hasta el abismo, inspira hasta la cumbre. Trocar la muerte en vida.
La extinción respira en la misma base de la vida. Su aliento lo atraviesa todo. Su hacerse presente puede tornarse en formas veladas: se encubre en la esfera inconsciente, mas no por ello es menos real; ahí late. Más allá de lasimple distinción de lo externo y externo, más allá del más allá y más acá del más acá.
El yo es una instancia entre paréntesis, cede ante la hondura dimensional de la nihilidad; es traspasado por ella. La conciencia de la Nada transciende y sobrepasa los límites de nuestra historia.
Incluir a la hermana Nada como acto de liberar la conciencia. Un acto necesario, imprescindible, de valor. La antesala de la resurrección.