¿Quién soy? ¿Para qué he venido aquí? Eternas preguntas, ante las que no cabe otra opción que la de responder mediante otra pregunta: ¿quién es el que quiere conocer? De esta cuestión se trata: de indagar quién es el que es capaz de ver el cielo estrellado pero incapaz de verse a sí mismo.
Quién soy yo es la cuestión que abre las puertas a la indagación del Manantial de la conciencia.
“Ponerse atrás”, volver al estado de Testigo (cognosco me cognoscere rosam: conozco que conozco la rosa), y reposar en lo Sin-Nombre, “más atrás” de cualquier emoción, “más atrás» de todo sentimiento, pensamiento, imagen o estado de ánimo, todo eso es el “método” o sendero que encamina hacia el encuentro con el Conocedor Vacío, el cauce hacia la visión certera que sacude al ser humano en la Experiencia del Ser, cuyo requerimiento o condición exige la previa desnudez de quien indaga.
Sin embargo, lo que suele ocurrir en semejante pesquisa es que el buscador sufra la frustración de que su indagación acabe en nada, ya que él soñaba -un sueño frecuente en muchos exploradores espirituales- en una suerte de visión arcangélica o en una asombrosa, cuando no espectacular, llamarada que trastocara sus sentidos, pero lo que el desdichado buscador advierte es que todo sigue igual, que “no pasa nada”, que no brota ningún especial fenómeno fulgurante en su existencia. Y no ve nada nuevo porque si así fuera no sería más que un objeto más en el escenario de su conciencia. Y un objeto, por muy sutil o aparentemente sagrado con que se manifieste (una creencia, un rito…), siempre será lo contrario a Lo No Manifestado.
Pero lo más auténticamente provechoso de esa aparente frustración radica en que quien experimenta el desasimiento de todo objeto o modo, es decir, quien se “apoya” fundamentalmente en su Esencia Vacía, advierte una sensación de gran liberación, una excarcelación que le emancipa de la tiranía de la finitud de identificarse con los objetos, o, como diría el maestro Dogen, una emancipación del cuerpo y de la mente “objetiva”, objetos detectables; emancipación que es consecuencia de todo despertar a lo invisible(*).
Sin embargo, esa frustración de la que hablo, al fin y al cabo no es tal, tan sólo es superficial, ya que no pasa de ser una especie de des-ilusión pasajera que atañe exclusivamente al pequeño ego que vive en la y para la ilusión; con lo que el hecho de la iluminación no pierde su importancia y radicalidad transformadora, que es de lo que aquí tratamos: transmutar la falsa conciencia del ego visible en el invisible Conocedor Vacío, aunque ese profundo fenómeno interior no tenga necesariamente por qué acompañarse de luces y músicas celestiales.
Lo cierto es que la experiencia del Ser simplemente acaece en el sereno territorio de vivirse como esa conciencia-testigo, sin mayor ni menor esfuerzo. Después de tal “evento” todo está bien: el paisaje externo sigue igual, pero, efectivamente, no todo es igual que en el pasado, pues en el interior del llamado “buscador” ha brotado otro modo de conciencia, de la que destaco algunos puntos:
- La inmensa sensación de libre apertura hacia lo Ilimitado, más allá de la percepción de la “mente objetiva”, que sólo ve objetos.
- La percepción despierta de no estar aislado, de ser Unidad Total con todo el universo, y no un insignificante objeto perdido en el cosmos (no dualidad).
- Todo está sorprendentemente unido, enlazado, entretejido. Todo, es uno, sin la fisura ente el observador y lo observado; sin fisura entre lo absoluto y lo relativo. Un solo y omnipresente sabor en el aroma del mundo.
- La conciencia de vivirse como lo no nacido, como lo sin forma, provoca la extinción del miedo a la muerte.
- Se vive el presente no como tiempo presente, sino como Presencia viva y pura.
- El discernimiento de que esa Sensación de Ser rebasa el nivel de los simples “estados de ánimo” psicológicos, de suyo evanescentes.
- El descubrimiento por parte del “buscador” de que es imposible encontrar aquello que nunca se ha perdido, ya que tal descubrimiento no afecta al verdadero Yo, (no puedo lograr que mi mano derecha se recoja a sí misma). Sólo se alcanzan objetos. Por eso, hay que recordar a los buscadores que el Ser no es un objetivo. «Y si esto no se entiende descanse usted sobre lo que no se entiende» (Ken Wilber).
- La mente iluminada no es difícil de alcanzar, sino imposible de evitar.
- Finalmente: La transformadora experiencia del Ser convertida en BUENA NOTICIA INTERIOR hace del ser humano un ser libre y desprendido, que se goza en la generosidad de compartir libremente su experiencia de Plenitud con los que no viven esa dimensión, y que por esa razón sufren. Y compartirla sobre todo con los menos favorecidos, aquí, ahora, en un mundo en que son sistemáticamente ignorados y expoliados. Esta última observación es la prueba del algodón, que discierne si la experiencia del Ser es falsa o verdadera. Por todo ello, sugiero desde aquí, que la “atención plena” debiera incluir la atención a los pobres. Un “control de calidad” por el que debieran pasar todo tipo de mitras, profesores, maestras, asistentes y maestros, con todos sus escalafones, sus linajes, sus asociaciones, y sus fundaciones.
(*) La necesidad de llenar nuestra sed de absoluto nos empuja al deseo y éste a la acción, a los objetos y objetivos, que, pasado un tiempo, una vez conseguidos pierden su magia evocadora. Y pasamos la vida saltando objeto tras objeto, distrayéndonos brincando tras metas y objetivos, que, logrados, no calman nuestra sed e incluso nos aburren. Vivimos -o más bien desvivimos- en una civilización cansada y aburrida, sin imaginación para descubrir la Alegría fuera de los objetos, y el gran error colectivo radica en atribuir a aquellos el papel de artesanos nuestros periodos de plenitud.
La alegría real existe en sí misma, Es, en ella misma, reside perennemente en nuestro Fondo, no depende de ningún objeto. Pero “la mente del tiempo”, que es la memoria, se encarga de falsearla asociándola con los efímeros estados de no-carencia que aportan los objetos, hasta tal punto que la Plenitud es también “objetivada” por la llamada mente objetiva.
El camino transformador de la meditación ejercita la visión del ojo interior señalándonos que el Ser es nuestra morada, e inalterable su inherente dicha, por mucho que, engañosamente, esté velada a nuestros ojos. La dicha sin objeto.
Gracias, Rafa.