Amanece.
Titubean las sombras de la noche declinada.
Sabor a nadie.
Con la humedad, el nácar se filtra por los pétalos:
Sin darse cuenta el vaho del rocío se destila en el viento
y fulgor de la aurora,
envuelta entre las perlas de su luz.
Sonido a nadie.
Perfume contenido sobre la fronda verde del silencio.
Con los brazos alzados a los cielos
bebo el aroma emanada del lecho amanecido.
Soy trébol, río y brisa
entre las hojas doradas de la avena.
Fugaz y temblorosa, una libélula
sostiene entre sus alas el júbilo de ser que enciende la mañana.
Ella es el mismo Dios, que entre tanto mutismo porfía en pronunciarse:
el Ser que persevera en sólo ser.
Cómo se siente el pulso de la Nada…
en esta invitación a despertar,
a amanecer,
a amanecer-se;
Baja a su forma ya mi gesto alzado
y, mudo en el mutismo,
me apresuro a quitarme de en medio
para dejar que Eso acontezca.