“Conviértete en visión, visión, visión!…”

Comprobar de qué manera las sombras del anochecer de este lluvioso viernes de noviembre culminan su despliegue, y cómo la espesa hiedra que recubría nuestra mente, inicia su desplome ante los gestos de oración, preámbulo del postrer Za-Zen del día, donde la ausencia de son de cuenco o gong, deviene en rima de tambor goteando en el alféizar.
Con los brazos alzados acogemos la fértil lluvia buena que empapa nuestros ya empapados ojos.
A pesar del escalofrío del Vacío, ¿por qué llorar, entonces, no siendo de dicha?
Disolver en la visión todo nuestro cuerpo, cantando con Rumi: “conviértete en visión, visión, visión!…”
Poco importa el naufragio del cuerpo, si cantando lo sobrevivimos. Poco importan las grietas que enhebran sus tejidos, si por ellas se filtran las estrellas. Poco importa que a nadie importemos si en lo importante habitamos.
Y así acaba la jornada, como si nada hubiera acabado, pues nada se acaba ya que nada se comienza: no hemos nacido para las metas; nada es preciso alcanzar sino tan sólo alcanzar-nos; nada es preciso lograr, sino tan sólo lograr-nos; a nada es preciso llegar, sino tan sólo llegar-nos: llegarnos al momento en que nada existe, salvo la soledad del gesto orante de un Nadie haciendo gassho y cantando como un loco al Infinito

 

Rafa Redondo

 

Música: Clair de Lune – Debussy

 

Dejar que el silencio hable

Dejar que el silencio hable. El escritor, como un funámbulo, camina por la crestería de dos abismales clases de silencio: el silencio elegido, por el que se torna en silencioso y, por otra parte, el silencio censor, por el que se convierte en silenciado. Sólo cuando, al final de semejante travesía, el fulgor del primero es capaz de abandonar la obediencia servil del segundo, será cuando la emergencia de la luz original pueda expresar la voz del fondo que le es propio, ya que en lo más íntimo de nuestra intimidad existe una palabra inaudible nacida de la no-palabra. Ella, que ha elegido no inmolarse a ningún ruido, no se halla, por esa razón, sometida a ninguna clase de opinión. Palabra no-palabra, que, al estar animada del soplo del silencio, no es posible compartir más que en el mudo manantial del que emerge toda certeza.

 

Rafa Redondo

 

Globalización sobre pluralidad. La inquisición de lo uni-forme uniformado.
Unidad, preciado bien, que deja de serlo al imponerse.
Como humano, busco, igual que tú, la música. El problema: no me seduce tu instrumento.
Ansío el gran libro más que tu relato, que “excluye lo otro y su Otredad temiendo lo distinto.
El tirano, lo sabemos bien, porque teme al diferente, lo devora o reduce a cenizas.
La Unidad, meta de la Conciencia, devora, esclaviza y no libera, al hacerse poder. Me permito callar, no que me acalles.
El tesoro del Silencio, ahoga si deviene mordaza. Si deja de ser escucha y apertura deviene en mazmorra, censura silenciante.
La obediencia deviene inmolación.
No hemos nacido para eso.
Votan a sus verdugos
y hoy mismo, los caballos del fascismo, entran relinchando a patearnos.
Pero, pese a esta oscura noche, la Vida fue, va, irá, por otra parte.
La Historia no la podrán parar.
Urge esperar.
Urge ya despertar ahora …
aunque es de noche….
Rafa Redondo

 

 

Música: Comptine dún Autre Eté – Yann Tiersen

 

¡En tus manos encomiendo mi espíritu!

Tu Espíritu, Jesús, dicen que llega sin notarse. Pero no es ese mi caso; te lo digo agradecido. Tú me llegas a lo más hondo, a mi vena más profunda; y no es preciso dar órdenes a mi cuerpo para que se mueva y conmueva ante tu Presencia Activa en él. Como tampoco es necesario pensar en el viento de tu Soplo para que te filtres hasta el último rincón de mis pulmones.
Dijiste en tu Evangelio, Jesús, que la semilla que sembró el sembrador crece sola de la noche a la mañana sin la necesidad de recibir ninguna orden del sembrador, quien sólo debe limitarse a dejar que Dios sea Dios depositando en él su confianza. Permaneciendo a la espera. Como tampoco es necesario vigilar el crecimiento de un humilde grano hasta transformarse con el tiempo en un árbol frondoso que dé cobijo y sombra a las aves del cielo que en él se posan. Sólo es necesario tu Aliento para que crezcan.
El hecho de pararme a contemplar la tierra, la humilde tierra, me basta para despertar a la fuerza de tu inteligente bondad, mi querido Maestro.
Tú, Fuente de Vida, que te derramas sobre toda carne, Tú, que sin excepción alguna vivificas a todo ser viviente, Tú, Pastor de silbos amorosos, tan presente en mis silencios…
Ser consciente de tu Presencia es eliminar todo vestigio de muerte. Sé de quién me he fiado, por eso, haciendo mío tu último grito en la Cruz, clamo contigo:
¡En tus manos encomiendo mi espíritu!
Rafa Redondo

Música:  Love Theme – Vangelis

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