Gracias por tanto, mi querido Rafa. Eres un regalo.
El libro que presentamos desafía lo conocido, la interpretación del mundo que nos han enseñado. Nos enseñaron que hay que temer a la muerte y Rafael nos dice que donde tantos veían muerte, floreció la vida y que la muerte supone la mayor seguridad. Nos dijeron que no hay que fracasar, y él nos dice que todo puede convertirse en gracia, que la fuerza proviene de las derrotas, y que en toda angustia hay una salida. Nos dijeron que nuestra vida está marcada por un tiempo lineal, que fluye del pasado hacia el futuro, y que ocupamos un lugar determinado en el espacio. La física teórica ya ha desmentido esto, así, Carlo Rovelli nos dice: “El tiempo no tiene orientación: la diferencia entre pasado y futuro no existe en las ecuaciones elementales del mundo, es solamente un aspecto contingente que aparece cuando observamos las cosas descuidando los detalles.” Rafael, por el contrario, está muy atento, atento al milagro: tan sólo cabe la atención al milagro de la respiración, no desenfoca su mirada, sino que descubre el aliento de vida en su interior. Por eso nos dice algunas cosas que son desafíos a nuestra forma de entender el mundo: Mi cuerpo en determinados momentos, deja de ser ese volumen cilíndrico aislado, recortado en el espacio, para tornarse más amplio que todo el universo. Nos habla también de un sorprendente encuentro que sucede en un lugar sin lugar, ajeno al tiempo. Él describe una fuerza atemporal, ajena al calendario, que nos permite nacer al instante, que nos libera de las ataduras espacio-temporales.
Yo te vivo , Jesús, como un ser humano que alcanzó la plenitud del Ser, y te siento como un hermano, como un Dios de carne y hueso que desea que viva en libertad en un nuevo modelo de Presencia no menos corporal que late en mis latidos.
Jesús de Nazareth, un corazón sin coraza, enteramente nuevo, en una conciencia nueva, en una mente nueva, en un cuerpo nuevo y libre de todo miedo. Te siento como un Camino a seguir: Creedme, yo he vencido al mundo…
Tú, Jesús de Nazareth, una potencia radical, un Maestro de imparable amor, que viniste a despertarnos, que continuamente nace, renace y amanece en todo corazón desalojado de sí mismo