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Vivir al día
La corriente única de la Vida
Lo que llamamos «mundo» son las olas del océano del Tao. Nuestra mente ordinaria, en complicidad con los sentidos, solo puede conocer esas olas fugaces y volubles. Pero más allá de ese vaivén, posibilitándolo y sosteniéndolo, la Vida, insondable, ilimitada, inagotable, permanece.
Solo es el Tao, la Vida. Este mundo cambiante propiamente no es: sucede, acontece en el seno de lo único que es, como la onda que surge, espontánea y fugaz, en la quietud de un estanque.
Plotino
Todo ser corporal es un acontecer, no una sustancia.
Cuando contemplamos las ondas que se forman en la superficie del océano del Tao, nos es dado conocer el mundo de las diferencias. Cuando advertimos que esas ondas son la expresión mudable de un único océano, sabemos de la unidad. De nuevo, no hay dilema o conflicto ―como nos ha hecho creer tantas veces la filosofía teórica― entre unidad y diferencia, como veíamos que no lo hay entre ser y devenir, apariencia y realidad.
Explícitamente, en el nivel de realidad accesible a nuestra mente ordinaria, somos diferentes. Implícitamente, en nuestra esencia, estamos unidos, somos uno. La Unidad se manifiesta y se celebra como diferencia. La realidad íntima de la diferencia es la Unidad.
En el reconocimiento de esta Unidad que late en las diferencias y que es la realidad íntima de las diferencias, radica, según la sabiduría, la culminación del conocimiento y la llave de la liberación. Descubrir esa Totalidad esencial que nos sostiene, superar la ilusión óptica que nos hace creer que nuestra vida es sustancialmente otra que de la de los demás, que el «yo» es esencialmente diferente del «tú», que nuestra inteligencia particular es distinta de la inteligencia que advertimos en la naturaleza, es el comienzo de la verdadera vida y la puerta de la plenitud. Pues descubrir que somos uno con la totalidad de la Vida es sabernos básicamente plenos, «totales».
Nisargadatta
Sólo hay Vida. No hay nadie que viva una vida […] pero en el seno de la Vida misma surge en la mente un pequeño torbellino que se complace en fantasías y se imagina a sí mismo dominando y controlando la Vida.
No hay vidas. Hay una única Vida. La totalidad del universo es un gesto único de la Vida. Cada realidad particular es parte de ese gesto; comparte con las demás un mismo sentido, una misma intención gestual. Por eso, el universo en su integridad y cada una de las cosas y de los hechos que lo componen, en una oculta connivencia, están apoyando y sosteniendo nuestra existencia.
No somos nosotros los que vivimos. La única Vida vive en nosotros. El sabio no siente que «viva su vida», pues se sabe vivido por la corriente única de la Vida. No se siente en último término responsable de lo que él es ―¿quién ha elegido ser quien es?― Y descansa en esta certeza, sorprendido y maravillado ante la obra que la Vida realiza a través de él y a través de todo lo existente.
En la medida en que permanecemos absorbidos en la apariencia de la realidad e identificados con nuestra propia apariencia, esa totalidad o plenitud esencial nos parecerá ajena a nuestra experiencia cotidiana; será, efectivamente, algo «Otro» que situaremos en un «más allá». Cuando despertamos a la realidad de esa única Vida, y comprendemos que es Ella nuestro verdadero Yo ―lo que es, piensa, quiere y actúa en nosotros―, ese supuesto «Otro» se nos revela como lo más propio, y corno la verdad y la realidad íntima de todo «aquí» y de todo «ahora».
No estamos arrojados a la vida, a la existencia; esta imagen es muy desacertada y el origen de una ilusoria enajenación. Somos expresiones de la Vida, estamos siendo sostenidos por Ella. Y, por eso, no hay nada distinto de nuestro propio Ser que nos pueda dañar.
Sólo cuando nos sabemos moradores del Tao, estamos en casa. Sólo cuando estamos en el mundo sin ser de él, siendo habitantes del Tao, podemos descansar.
Todo lo que sucede es expresión de una única acción, la de la Vida. El mundo natural expresa ineludiblemente ese único obrar. Es el Tao el que hace que el capullo se abra en flor, que el polluelo quiebre el cascarón en el momento justo, que el Sol complete su ciclo cada día; ellos no han de hacer nada por sí mismos para lograr tal cosa. Ahora bien, el ser humano, puesto que es auto-consciente, no se limita a ser cauce de la acción del Tao, sino que puede saber de Este y puede saberse partícipe de esa actividad espontánea de la Vida ―que sucede a través del individuo, pero no en virtud de él―. Puede encauzarla, respetarla, apoyarla, o bien resistirse a ella y distorsionarla, pero no crearla ni originarla.
[…] El yo particular es un colaborador, por ser auto-consciente, pero no un hacedor. Es un cauce, pero no un origen. Es un cocreador, pero no un creador. En la medida en que el individuo no crea, es pasivo; en la medida en que esa creación solo puede expresarse plenamente a través de él si se mantiene vigilante, es máximamente activo.
Pero ¿por qué la sensación de ser el hacedor último, no un cocreador, sino un creador, es algo tan arraigado en el yo superficial? El ser humano, como acabamos de señalar, frente a las demás realidades naturales, tiene la peculiaridad de ser auto-consciente, de poder saber de sí y reflexionar sobre sí. Por eso, cuando surge un pensamiento (emoción, impulso, etcétera) en el ámbito de su conciencia, sabe que ese pensamiento ha surgido. Este movimiento circular de la reflexión es la «grieta» por la que se cuela el yo superficial para apropiarse de lo que ha sucedido espontáneamente. El yo superficial, a posteriori, dice: yo pienso
, yo siento
, yo quiero
…; se apropia de cada acción, pensamiento, sentimiento, deseo… Pero no es él el agente, autor o responsable último de todo ello, aunque así lo crea.
Mónica Cavallé.
Música : Tiersen -Island
Estar despierto
Música: Ajeet – Healing Song