Buscar la rosa

La mirada que Jesús dirige a los seres y a las cosas no es separable del misterio que le habita: el de ese Dios que se ha acercado al ser humano de. una manera notablemente nueva, insuperable. Y es a la luz de esta maravillosa cercanía como Jesús ve y contempla los seres y el mundo. Su mirada de hombre se adhiere en el asombro, a ese movimiento de acercamiento de Dios y por eso posee una claridad y una fuerza de penetración que le permiten ver la profundidad misteriosa de la realidad, que resulta absolutamente imperceptible para el ser humano normal.
Rafa Redondo
Cada cosa es un mensaje,
un pulso que se muestra,
una escotilla en el vacío.
Pero entre los mensajes de las cosas
se van dibujando otros mensajes,
allí en el intervalo,
entre una cosa y otra,
conformados por ellas y sin ellas,
como si lo que está
decidiera sin querer el estar
de aquello que no está.
Buscar esos mensajes intermedios,
la forma que se forma entre las formas,
es completar el código.
O tal vez descubrirlo.
Buscar la rosa
que queda entre las rosas.
Y aunque no sean rosas.
Rafa Redondo

 

 

Música: Nightnoise – Bleu

 

 

 

¡ELÍ, ELÍ, LAMA SABACTANI!

¡ELÍ, ELÍ, LAMA SABACTANI! Con ese grito desesperado, Jesús clamó en la soledad más hosca por el amparo de quien, hasta ese momento, fue para él su sentido del vivir, el Padre que le había abandonado. Pero de esa experiencia yo extraigo la mía: la fe en la resurrección no diluye el problema de la muerte, no lo soluciona. Me identifico con Bonhoeffer cuando desde su particular Calvario como condenado a muerte por los nazis, escribió algo hermosamente verdadero: “Dios nos hace vivir como hombres capaces de vivir sin Dios, el Dios que está con nosotros es aquel que nos abandona”. El Dios que acompaña y se manifiesta en la distancia, o incluso en la ausencia.
¿Por qué acallar
el estampido que no calla,
de Aquella que seduce,
de Aquel que nos abraza…?
¿Por qué acallar
ese continuo exceso de evidencia?
Rafa Redondo

Música: Vangelis – Memories of Blue

 

 

 

La sensación de Ser

Za-Zen, silenciosa contemplación donde aflora lo Otro de mí. Oración verdadera donde no existe el orante, donde suplicado y suplicante se hacen uno porque no hay nada que suplicar.
Za-Zen, profunda y veraz observación desde el cuerpo confiado y la mente callada, rendida, abandonada a la visión de lo que simplemente es. Distendido cuerpo perfectamente distendido, abierto a la escucha del Misterio que pugna por manifestarse en el flujo del latir y respirar.
Za-Zen, que nada persigue, ya que él se basta para ser revelación y llave que asoma a la inmensa apertura-obertura de la eterna sinfonía de la noche de los tiempos. Inequívoca sensación del Ser de Dios.
Quien nada persigue y se hace nada, des-cubre en el Za-Zen el ensanchamiento de los sentidos cual ventanales abiertos hacia el corazón de lo Invisible.
Hace décadas que la neurología y psicofisiología bautizaron como “sexto sentido” o “sentido kinestésico” el referido a la percepción interna: Sentido del movimiento y de la posición y equilibrio del cuerpo, una mezcla de las percepciones sensoriales, intra-sensoriales directas, que superaron la visión antigua sólo externa de los clásicos “cinco sentidos”.
Pero el verdadero practicante de Za-Zen conoce desde milenios ese acontecer, aunque sin des-menuzarlo para el análisis de laboratorio, ni cosificarlo como objeto científico; simplemente lo mira sin juzgar, sin interpretar ni reflexionar. Se “deja prender” por esa sensación de ser que el cuerpo, siempre dócil, nos anuncia y refleja en cada instante. Dejarse prender, luego de des-prenderse.
Cuando, mis sentidos cesan en su actividad de “fijar objetivamente”, se difumina toda distancia dualista entre observador y observado, entre el yo que testifica y lo que los sentidos perciben. Es entonces cuando el practicante de Za-Zen desciende a la profundidad de sus sensaciones, las atraviesa en el vaivén de la respiración y paladea el don de permanecer allí, en el estado puro de la percepción donde el observador deja de serlo. Entonces, entiende, ve, despierta, comprende la Vida más allá de toda imagen. Estoy hablando de una claudicación del ego que se somete a LO que llega; a una actitud de dejarse solicitar por la Vida, a un abandono que le abre hueco espaciado para poder impregnarse de infinito.
Estoy hablando –más bien lo intento inocentemente- de un abrirse a la escucha como grieta en la carne, de una atención desde la materialidad del cuerpo; de una sensación global que penetra en el alma por todos los poros y sentidos; de eso que los antiguos anacoretas del desierto llamaban “la sensación de lo Divino” y Ken Wilber, la “sensación de Ser” que, desde toda suerte de células, tejidos y organismos, logra invadir el campo de la conciencia, haciendo extraordinario lo ordinario.
Tomarse en serio el ejercicio del Za-Zen, supone ya desde el principio dejarse tocar por la Presencia inefable, el Alguien que impregna el cuerpo entero, el cosmos sin puntos cardinales. Presencia que, compasiva, lava y acaricia como carne de mi carne.
El Za-Zen no persigue nada, simplemente abunda en lo que es: cuerpo de mi cuerpo, carne de mi carne y sangre de mi sangre. Sustancia sin fronteras más allá del cuerpo y de la mente. Experiencia que abraza, suena y resuena en el más hondo capilar del que en su humildad practicante se ha hecho Nada y Nadie.
Za-Zen, Experiencia invasora perforante de todo cuerpo, alma y espíritu.
Zen, el cuerpo más interior de nuestro cuerpo, en perpetua creación.
Eterno aquí, eterno ahora.
Rafa Redondo

 

Música:  Danit – Tierra

 

 

 

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