Al atardecer, me asomé desde mi ventana (un piso decimonoveno). Se avistaba la nieve del imponente Anboto.
Yo escuchaba su silencio, pero no estaba allí.
Yo sentía el crepúsculo, pero no estaba allí.
Yo me daba cuenta de todo,
pero no estaba en ninguna parte.
Resulta que yo no estaba perdido,
no estaba.
Había dejado de existir.