Estar en la vida como el vacío está en el cuenco: estando sin estar. Inauguremos el verbo dis-estar. Desprenderse para ser Presencia. La fórmula para estar en el presente es no estar, perderse, ser presente.
Conozco una suerte de atajo para subir hasta el abismo: alcanzar la cumbre no consiste en encumbrarse. Como ser hijo de Dios no es endiosarse. La cumbre no está en la cumbre. Y allá, en ese lugar sin lugar, puede olerse lo que jamás tuvo existencia: el esplendor de la Nada. Nada hay que hacer que no sea el acopio de lo que no hay. Hacerse rico en las raíces del aire. Presencia en la im-presencia. Quienes ignoran lo interior no alcanzan a ver la Vida. Tan solo admiran la fachada dichosa tras la que vegeta un desdichado.
El acto más revolucionario: transparentar el Ser de la Nada siendo nada. Dos oquedades fundiéndose en lo que ni siquiera es memoria; ni siquiera amnesia: amor sin más, amor sin mí. Hacer el amor en la oquedad de Dios, siendo oquedad. Amor que llega al puerto sin jamás haber partido. Ofrenda sin costuras, amor sin barreras, espacio sin anchura. Observar sin ser observador. Escuchar siendo tan sólo escucha, melodía sin instrumento.
En ese sentido, dice el gran poeta Vicente Gallego que “El arte no es nunca una operación tangencial, un acercamiento entre dos realidades separadas, sino más bien una feliz disolución en la realidad única del alumbramiento”…”Hay un solo instrumento, afinándose eternamente a sí mismo. Y los poetas no son más que los dedos que lo pulsan para que podamos escuchar su melodía”.
Captamos lo Real tan solo al percatarnos de que aquí estamos de más. Sobramos. Pero el hombre, fuera de sus disfraces es, en potencia, un artista de la Vida, un poeta que puede cantarla solamente al constatar que él es Nadie. Vaciarse, para dejar espacio a la experiencia del Ser, poema inexpresable, pero audible. Estrofa, que, libre de ropajes, se ofrece y se revela a un poeta diluido. La liberación se inicia en la autodesaparición.
Mi voz ya no me pertenece,
hoy quiere ser semilla al viento,
y desea perderse en la honda tierra.
Voz, mi frágil polen,
ya de todos, ya de nadie.
Mi voz, sin más refugio que el viento,
sin más garganta que el aire.
R.R.
Caer en la cuenta de nuestra Naturaleza escondida y convertirla en nuestra segunda epidermis, para así palpar la Vida y vivirla despojada de abalorios, es el más bello soneto jamás cantado, la oda desnuda de tildes y fonemas; la que, espontánea y súbita, rebrota de la Nada. Cuestión es de estar atento: “Por toda la hermosura- clamaba Juan de la Cruz-, nunca yo me perderé, sino por un no sé qué que se alcanza por ventura”.
Captar el Poema que re-suena allende el verbo, lo más cercano a la no-palabra. Así lo vi en este soneto.
POETA
Vacía de tu nombre lo nombrado
y déjalo sin voz, que quede mudo,
sin palabras; sin más arma y escudo
que el cuenco de este verso vaciado.
El poema, se apoya en lo in-nombrado,
su fuente es el silencio. Yo no dudo:
el poeta, en su ser, bebe desnudo
del propio manantial que aún no ha encontrado.
Tan sólo cuando él mismo, se hace verso,
y su palabra, ya rota, hecha ceniza,
desvela, así, vaciada, su secreto
bajo el ritmo del Ser, que se desliza
en la danza que baila el Universo,
sonando en el sonido del soneto.