Estar disponible es lo que me ha enseñado la práctica diaria de la meditación silenciosa. Ello ha supuesto para mí ponerme infinidad de veces frente –enfrentarme- a posiciones viejas y a leyes y costumbres admitidas sin rechistar, creencias que se hallan en las antípodas de la Vida. Pero ésta, que es pura y constante sorpresa, no digiere la inmovilidad: su viento sopla donde quiere, y lo mejor de ella es que nunca sabremos a qué atenernos. Ante su misterio sólo cabe el asombro y la apertura, la sabiduría de la inseguridad, el arraigamiento en el desarraigo. Ella nos enseña a atisbar el Fondo indestructible en plena fragilidad. Y no, no son palabras. Lo sé y lo escribo.
La Vida, dulce y dura Maestra, que para reconocernos como sus discípulos exige la cancelación de nuestros compromisos con todo lo que nos mantiene en la vida ordinaria. Ella, la Vida, desenmascara nuestra vanidad poniendo constantemente en tela de juicio la solidez del suelo que nos sostiene y los pilares que el mundo nos ofrece para apoyar nuestro cansancio. La Vida es un tsunami que derriba con su aliento huracanado el establo establecido que nos fabricamos, arranca de cuajo nuestros aferramientos aprendidos desde la escuela, ridiculiza el orgulloso pedestal en que se acomoda nuestra conciencia cotidiana y provoca enormes sacudidas hasta hacerlo polvo. La Vida es choque y ternura, todo a la vez. Lo sé y lo escribo.
Rafael, lo experimento y suscribo