A veces, la Vida te hace un regalo. Un breve instante de intuición percute tu conciencia. Una repentina imagen, que es mucho más que una imagen. Una comprensión profunda, más allá de toda lógica y razonamiento. No hay pensamiento alguno en esa percusión. Te sacude como a un tambor y, paradójicamente, es a la vez delicadamente frágil. Si no has entrenado tu atención, tu sensibilidad hacia lo sutil, es fácil que la primera distracción la destierre, quizás por un largo período de tiempo. Quizás demasiado largo.
Ese regalo es como una semilla. Si llevas tiempo arando la tierra de tu conciencia, regándola, oxigenándola, ese delicado germen reposará en ella, se sentirá en casa. Deberás seguir con el trabajo, mantenerla húmeda, protegerla de los insectos, descorrer las cortinas para que la bañe el sol. Respiración a respiración, irá enraizando en tí. Se irá haciendo fuerte, hermosa, aunque a veces la cubran las nubes y no la puedas ver con facilidad.
Y entonces, cuando sus raíces sean lo bastante profundas, permanecerá en tí. En días de sol, te regocijarás a su sombra, apoyado en su tronco, comiendo de sus frutos. En el crudo invierno sentirás el palpitar de sus raíces, recordándote que ahí, a la vuelta de la esquina, está la primavera.
No le pongas nombre, o pónselo si quieres para ayudar a otros a estar atentos al regalo. Y si en algún momento te puede la vanidad y presumes de ella, date cuenta, y ríete con cariño de ese compañero que siempre va a tu lado, temeroso de que te lo dejes olvidado en cualquier lugar si no muestra sus virtudes. No dejes de ayudar por miedo a ser vanidoso, seguiría siendo vanidad, disfrazada de prudencia. Si estás viendo la jugada, no hace falta más.
Y no dejes nunca de arar, de regar, de rastrillar, de abonar. Aunque llegue la noche oscura y no veas resultados a la labor. Porque ese partido se juega bajo tierra, y la fe esperanzada es la espuela que te mantendrá afanoso, hasta que las raíces sean tan fuertes que tu fe sea, como dice Hugo Mújica, una fe sin esperanza. Porque no la necesita más.
“Y no dejes nunca -señalas- de arar, de regar, de rastrillar, de abonar. Aunque llegue la noche oscura y no veas resultados a la labor….”.
Gracias, mi querido AMIGO Pablo, maestro del amor-humor, por estar tan presente; por tu contagiosa presencia en la shanga. Presencia que sólo puede percibir quien tiene puesta su mirada en la desnudez del desierto cotidiano y ejercitada en su arena. O en su asfalto.
rafa