La experiencia del Ser siempre va unida a la conciencia de una Fuerza que nos habita, una plenitud que, de forma inequívoca, alcanza nuestras células y que, por consiguiente, se siente y percibe en nuestro cuerpo como Fuente de Vida. Y ocurre, lo sé bien, incluso en los estados de mayor fragilidad. Ella, la maestra fragilidad, nos cura de toda suerte de la altivez.
No se trata de la fuerza que nace de la voluntad del yo, que provoca distancia y separación, no: la Fuerza a la que aquí me refiero nace de una dimensión inefable pero real que, lejos de separarnos del mundo, nos ata a él con un abrazo, teniendo su origen en la unidad universal de la Vida. Una Fuerza, que, paradójicamente, suele muchas veces aparecer, vuelvo a decirlo, en los instantes en que nos hallamos más desposeídos.
Rafa Redondo
¿A quién estás escuchando? –