(Dedicado al poeta Marcos Ana y a mi amiga la poeta Lou(rdes) Barrera)
“Dios –dijo Saramago- es el silencio del universo, y el ser humano, el grito que da sentido a ese silencio”. Una definición- según el teólogo Juan José Tamayo- más propia de un místico que de un ateo. Se trata de una de las más bellas definiciones de Dios.
Mi amiga Lou, emocionada, me trae al recuerdo las palabras que Saramago, con quien ella tuvo relación, dedicó al gran poeta Marcos Ana:
«Es la solidaridad convertida en instinto, la dignidad como la pura esencia de la libertad en su sentido más profundo, la posibilidad real de acceder a la esfera de lo verdaderamente humano..» Como tú, José. Como Rafa, mi amigo.
Le recuerdo –añade Lou- en el paraninfo de Deusto: » Espero –dijo el Nóbel- ser merecedor de la atención que me prestáis…».
Miraba noble, -añade Lou- emanaba verdad. No creía en Dios y lo reflejaba. Al igual que Neruda «venía triste de ver un mundo que no cambia». Toda su obra humana y literaria fue un ansia de renovación social. Una lucha con aroma a honradez. Cuando le preguntaron que puede hacer la literatura en este sentido, Saramago contestó con una cita de Kafka: «El libro tiene que ser un hacha que rompa el mar al lado de nuestra conciencia».
La muerte sólo te ha cambiado de forma, entrañable camarada, tu fondo nos permanece. Ahora habitas en ese lugar sin lugar, que tú definiste en dos de tus poemas:
» Hay un nacer del sol en el sitio exacto,
en el momento que más cuenta de la vida,
un despertar de los ojos y del tacto,
un ansiar de sed nunca abolida»
«Puedo en este momento decir que soy libre,
con la paz y con la sonrisa de quien se reconoce
y viajó alrededor del mundo infatigable,
porque mordió el alma hasta sus huesos».
Sí, “Dios es el silencio del universo, y el ser humano, el grito que da sentido a ese silencio”. Eso es ver claro en espejos de bondad y verdad, José, compañero del alma, compañero.