Hicé mía tu soledad

 

Es curioso, toda la naturaleza se empeña en abrirnos los ojos, pero hemos elegido la pequeñez sombría de nuestra caverna familiar: Todos los soles se empeñan en encender tu llama, pero un microbio la extingue, clamaba Antonio Porchia. Apegados al suelo (somos la principal potencia europea en convertir la hierba en cemento), apenas miramos al cielo. Tal es nuestra fragilidad.

R.R.

Hice mía tu soledad, mío también tu grito de abandono que caló mis huesos.
Ví una vez más que la ausencia, al vivirla tan dolorosamente hosca, se convierte en inequívoca señal de tu presencia.
Aquel exceso de desamparo transformado en exceso de confiada apertura. Sí
Ah, esa antorcha en la umbría que alumbra este dialogante soliloquio en la espesura de las noches
Sí, ese raro don, que asoma entre las grietas del Vacío: mi desnudez, tan tuya; magnánima ceniza enamorada, la
sola piel como único aderezo. Como ese raro don que brota al apagarse los sentidos, al aquietarse el cerebro y el pensamiento, cuando se extingue ese eco enloquecido…tan leve, tan suave, tan despacio, brotando igual que niño en hondo asombro….
Te escucho, Abba, sin forma. Y veo, y palpo en el latido de todo lo que en ti me vive y me re-vive.
Y me dejo llorar en tu rocío, Madre Total del Universo, mientras, armado de valor, me hundo y más me hundo en el pozo abisal de tus silencios.
Tú, Ruáh, aliento en todo aliento, reclamo a todas horas;
cauce y camino virgen
donde el miedo a perderte se evapora, al filo de este instante,
cuando el asombro brota.
R.R.

 

 

 

Cuando sabes quien eres – Eckhart Tolle

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