¿Eres culpable de haber nacido donde has nacido?. ¿De quiénes son tus padres y cómo te educaron?. ¿De la escuela a la que fuiste y los compañeros que te tocaron en suerte?. ¿Del país, la ciudad, la religión, la cultura en las que has crecido y en las que se ha ido forjando tu personalidad?.
Tu estructura psicológica es como un edificio que se ha ido construyendo durante toda tu existencia. Los cimientos se establecieron en tus primeros cuatros años de vida. La inmensa mayoría de los planos, los ladrillos, los albañiles, no los has elegido tú. Simple y llanamente, te han ido sucediendo. Tu hogar, tu sistema educativo, la publicidad que has visto, lo que otros te han dicho, ha tenido una influencia brutal en tu esquema de valores morales. Incluso tu nombre y apellidos, como decía Jean Klein, son información de segunda mano. Te han dicho que te llamas así, y tú, simplemente, lo has dado por bueno.
Ni siquiera tus decisiones, esas que han marcado el devenir de tu vida, las has tomado con libertad, aunque escuchar ésto te parezca disparatado. La mayoría de tus acciones, más allá del «barniz» racional con que las hayas revestido, han respondido a tus patrones emocionales. A unos patrones que, probablemente, ni siquiera conoces. Piensa en la posibilidad de que tus acciones y decisiones, esas de las que te sientes tan orgulloso o de las que te arrepientes tanto que has llegado a olvidarlas o distorsionarlas para diluir la culpabilidad que te producen, no las hayas tomado en libertad.
Tu conocimiento, la moral que dibuja tus valores, tus creencias, etc., no han hecho más que revestir de cierta manera lo que has ido haciendo en la vida. Tanto si los has respetado como si los has vulnerado. Pero en el fondo, han tenido muy poco que hacer frente a los patrones reactivos que se originaron en tu infancia, cuando se forjó la estructura de tu personalidad. Has estado repitiendo esos mismos patrones, dándoles diferente significado de acuerdo a tus nuevas circunstancias y experiencias. Pero sigues siendo ese/a niño/a emocional, envuelto/a en capas y capas de interpretaciones que te permiten parecer una persona adulta y defenderte así en la vida.
Sigue habiendo una parte de ti que permanece en la sombra, en el cuarto de calderas en el que se genera la energía que provoca tu movimiento. En ese subconsciente que va por libre, que recibe estímulos exteriores o interiores, y los interpreta de una determinada manera, en función de esos patrones reactivos, generando en tu organismo las hormonas necesarias para que se activen tu energía corporal y mental. Lo que te hace actuar.
La mayoría de nosotros desconocemos cuáles son las «reglas» de funcionamiento de esa sala de calderas subterránea, solo vemos (e interpretamos) sus efectos. Esos efectos son las decisiones y acciones que llevamos a cabo, y que, junto a lo que hacen y deciden los demás, y lo que nadie decide pero simplemente ocurre, va configurando nuestro paso por la vida. Es decir, que en mi opinión, actuamos y decidimos con mucha menos libertad de la que creemos. Y si no somos libres a la hora de hacer lo que hacemos, ¿cómo podríamos ser culpables de nuestros actos?. ¿Qué lógica tiene culpabilizarte, por ejemplo, por un arranque de ira que no has planeado, que no querías tener, que no te beneficia en nada y que, simplemente, no has podido evitar?. ¿O no es cierto que, si hubieras sido libre para darte cuenta de lo que realmente estaba ocurriendo en tu interior, hubieras actuado de otra manera?. ¿Qué mecanismo interior lo ha provocado?. Muy probablemente, no tienes ni idea. Simplemente ves el efecto, que no concuerda con el ideal de persona que querrías llegar a ser, y eso te hace arrepentirte de lo que ha pasado. Y hacerte una promesa de que no volverá a suceder. Pero sucede. Porque hay un patrón de conducta en tu interior que lo produce. Tan sencillo como eso. Sucede una y otra vez. Aunque algunas veces consigas reprimirlo. Y cuando lo reprimes y no sale fuera, dispara hacia dentro, lo cual no es en absoluto una buena solución.
La culpabilidad es una de las emociones más dañina que existen. Puede teñir tu vida de una permanente insatisfacción. Puede anularte, desesperarte, hacer que te deprimas, hacer que te suicides. Es un cáncer emocional, y funciona como tal. Los anticuerpos que deberían corregir una situación anómala (una acción no alineada con tus valores) se descontrolan y se apoderan desordenadamente de tu organismo, llevándose por delante todo lo positivo, la oportunidad de aprendizaje que germina desde una adecuada digestión de nuestros «errores».
Cuando se acomoda en tu cuerpo y tu mente, puede llevarte a sentir que nada de lo que hagas se libra de sus efectos. Nada lo haces suficientemente bien, nunca eres suficientemente inteligente, valiente, íntegro, equilibrado, ecuánime, justo, generoso, bondadoso, sabio… Puede convertir tu vida en un infierno. Puede hacer que tengas que buscar incansablemente la perfección, cosa que a los demás les vendrá estupendamente, por cierto. O si esto es muy cansado, que lo intentes parecer continuamente. O que tires la toalla de tu vida, porque no te veas con la suficiente energía como para afrontar tamaña tarea.
¿Y cómo salir de ese círculo vicioso?. ¿Cómo puede ayudarnos la meditación?. Pues simplemente ayudándonos a descubrir ese espacio vacío que somos, esa presencia inteligente en la que todo ocurre, incluyendo la formación y desarrollo de nuestra estructura psicológica. Acostumbrándonos, a través de la práctica, a observar cómo en ese campo de conciencia que somos, ocurren nuestras emociones, y cómo éstas, convenientemente adornadas con nuestros pensamientos, nos llevan a actuar de una determinada manera. Hasta darnos cuenta de que todo lo que ocurre en nuestro campo de conciencia es eso, «algo que nos ocurre». Que lo que pensamos, es un pensamiento «que nos ocurre». Que lo que sentimos es una emoción o un estado de ánimo » que nos ocurre». Y que lo que hacemos de manera reactiva, aunque ahora nos cueste entenderlo, es también «algo que nos ocurre». Y a base de observar, quizás nos demos cuenta de que no tiene sentido culpabilizarnos por algo que nos ocurre. Que lo que tiene sentido es ir descubriendo, a través de la observación sin prejuicios, cuáles son las reglas del juego psicoemocional «que nos ocurre». Y de esa manera podremos ir sacando a la luz de la conciencia eso que permanece en la sombra, irlo conociendo, y descubriendo que «lo que me ocurre» no soy yo. Yo soy el/la que puede ver «eso que ocurre», y cuando llego a esa comprensión, comienza un camino de libertad, en el que te vas dando cuenta de que el científico es el observador, que no se identifica con la muestra observada, el microscopio, o el laboratorio. Aunque todo ello se desarrolle en su persona y forme un conjunto indisoluble.
En ese espacio de libertad, que te permite aceptar la anterior paradoja, la culpabilidad desaparece y su lugar lo ocupa la responsabilidad. Porque estás aquí y ahora, y todo eso que «te ocurre» y genera tus decisiones y acciones, tiene consecuencias. Y solo tú tienes la posibilidad de encauzar, con tu inteligencia, tus valores y tu capacidad de amar, lo que ocurre a través de ti.
Un pensamiento en “¿Eres culpable?”