Desprenderse del anzuelo que desde siglos nos sujeta al sinsentido de la patología de la normalidad. Una transformación de dentro afuera, no al revés. Un cambio de casa, no solo de decoración, ni de mobiliario. Un nuevo el irremisiblemente necesario modo de sentirse especie humana.
Casi nadie sabe en qué consiste eso de saber caer, pero hoy nos toca aprender los movimientos de bajada, como las hojas de otoño. Y el desprendimiento, está claro, mete miedo.
Sin embargo, el pánico es económicamente rentable para la eterna minoría que gobierna un mundo amedrentado; el miedo cotiza en bolsa, pues paraliza al frágil yo. Pero las hojas, confiadas, nos enseñan a descolgarnos de su temporal cobijo para, muriendo, abrirse a la aventura de lo nuevo. Saben de una Unidad no globalizada, comprenden que existe otra conciencia, otro modo de vida, otro modo de ser acorde con las raíces el Ser.
Hay que recordar que en las raíces del invierno late, escondida, la eterna primavera, y el corazón humano se asoma a esa ventana: «…En medio del odio, descubrí -escribió, Albert Camus- que había, dentro de mí, un amor invencible. En medio de lágrimas, descubrí que había, dentro de mí, una sonrisa invencible. En medio del caos, descubrí que había, dentro de mí, una calma invencible. Me di cuenta, a pesar de todo eso… En medio del invierno, descubrí que había, dentro de mí, un verano invencible. Y eso me hace feliz. Porque esto dice que no importa lo duro que el mundo empuja contra mí; dentro de mí hay algo que me llega devuelto».
En ti se ve diáfanamente cómo el espíritu sopla donde le da la gana y cuándo quiere. es salvaje.
Gracias, admirado y entrañable Albert Camus, siempre fuiste para mí una referencia de lo que es la honradez.
R.R.
Múisca: hans Zimmer – Chevaliers de Sangreal