En la dulzura de aquellos besos…

Me suelo decir a mí mismo que Jesús de Nazareth se desenvolvió mal en el papel de mesías salvador, en ese esperado rol de guía de pueblos y de ejércitos de la estirpe de David; fue todo un fracasado para quienes depositaron en él esa expectativa y esa vía: la Vía de un extra-viado que prefirió extraviarse en los laberintos de los perdidos, y en la tierra fangosa de los ninguneados de la Tierra, porque su divinidad optó por hacerse cuerpo y carne. Diría más: fue incluso un mal ejemplo para desenvolverse como dios, porque tanto el mesías davídico como el Señor del Antiguo Testamento (del que Saramago dijo que era una mala persona), son como dos seres que, instalados en su solitario pedestal, se bastan y abastecen a sí mismos.
Jesús de Nazareth, en palabras del poeta y filósofo catalán Rafael Agullol, encarna la pasión del dios que quiso ser hombre, un Hijo del Hombre que, ajeno a pedestales y atalayas triunfalistas, acepta el sacrificio para enfrentarse a la soledad. Jesús, además de sentirse uno con la humanidad, va en busca de un amor concreto, sensitivo, cálido, ajeno a la gélida soledad de los dioses. Cristo – clama Argullol – se lanza al sacrificio para sentir la mirada leal y limpia de Pedro, para percibir la cabeza de Juan sobre su pecho, para recibir el perfume de los cabellos de María Magdalena, para experimentar de nuevo el abrazo amoroso de su madre aunque sea ya como cadáver. Se ofreció al sacrificio para ser hombre.
Eso es para mí lo que lo vuelve admirable.
Añade Argullol que ni los sacerdotes ni los teólogos han estado en condiciones de comprender esta suerte de mística invertida por la que un dios se precipita dolorosa y jovialmente hacia lo humano. Por eso cuando dejo de lado las doctrinas cegadoras para intentar vislumbrar qué luz no se había extinguido para mí en la historia de Cristo recurro a los artistas. Los artistas han captado la carne del sacrificio de un modo que las palabras, por mucho que se transmitieran con exactitud, no podían hacerlo…
En este sentido, este profesor de Estética, al comentar el cuadro de Boticelli Lamentación sobre el Cristo Muerto, comenta la figura de Myriam de Magdala besando el rostro inerte de Jesús, su querido Maestro, a quien Argullol se dirige así: Un beso largo y desesperado. Y tú, desde las sombras, tienes envidia de tu propio cadáver y piensas, sin poder sentirla, en la dulzura de aquellos besos, y en el precioso amasijo de cabellos dorados entrelazados con los tuyos, sucios y polvorientos.
Pienso con el profesor catalán que todo lo que reúnen los cielos puede ser ofrecido por un solo momento como éste.
Sólo recordar que las palabras de un poeta no son importantes no sólo por el modo en que suenan, sino dónde suenan. Suenan donde resuenan: en el corazón. Por eso es fundamental escucharlos, verlos, leerlos…
Se decía de Tomás de Aquino que “el divino Tomás habla siempre de modo rigurosamente cuidado”. El problema, sin embargo es que los teólogos, en su deseo de ser científicos, rigurosos, literales y objetivos discuten a veces como matemáticos que imparten nociones de álgebra. Y no. Se nos pedirá cuenta de toda palabra infundada. Incluyo la mía, claro está.
Rafa Redondo

 

 

 

Músiica: Bill Douglas -Deep Peace

 

 

Deja un comentario