El Zen de la Vida

Crónica de un encuentro

Sesshin febrero Ipar Haizea. Berriz

Surgió en este sesshin una pregunta: ¿que zen es el que se vive en IparHaizea? Y me gustaría, con esta crónica del encuentro, del retiro que viví, dar mi respuesta a esa pregunta.

Percibí, en primer lugar, un profundo respeto por la práctica, por lo que nos convocaba en este encuentro, simbolizado por un pequeño y sencillo altar, en el centro, donde estaban representados los elementos. Fuego, aire, agua y tierra y el espacio, el vibrante espacio vacío del zendo.

Percibí también una atención plena al reparto de tareas entre las personas que sostenían la organización, a hacerlo todo entre todos, con un cuidado muy amoroso hacia el grupo.

Pero sobre todo viví sinceridad, verdad, todo era corazón. Las formas estaban al servicio de esa autenticidad, de ese latido, y eso es lo que mantiene viva la práctica.

Hablábamos de renombrar el zen, porque ese nombre es japonés, y pensaba en una palabra, que para mi tiene el significado más hondo: SILENCIO. Es una palabra tan grande que puede contenerlo todo. Pues ese Silencio es lo que he vivido, silencio de egoísmos, silencio de las formas y casi de las palabras, silencio de las representaciones, quedando sólo la desnudez, la sinceridad de los corazones que buscan, que encuentran, que aman.

Hablábamos también de desprendimiento, de dejar caer, y este Silencio que he vivido ayudaba, convocaba a la desnudez, al despojo. Eso ayuda mucho al trabajo, aunque ese es de cada uno,  de dejar caer lo que nos sobra, lo que no somos, para que lo que ya es, aflore naturalmente.

Y titulé esta crónica el zen de la vida, porque nunca había visto un llamamiento tan claro a que la vida se hiciera cargo de todo, a bendecirla, a aceptarla, a honrarla. Ha sido un zen humilde, sosegado, carente de todo artificio, «sin aditivo», solo pureza.

Tendemos a ponerle etiquetas a todo, a cosificar la vida, a apropiarnos de ella, e intentar ponerla a nuestro servicio, pero en este sesshin, la vida tomaba las riendas y nos despojaba de lo que nos estorbaba para verla, para sentirla, para serla. Esto rompe nuestras armaduras, nuestras corazas y nos renueva, nos renace.

El cuidado del cuerpo, la constante atención a la naturaleza, la invitación a ver lo interior en lo exterior, ha tenido, para mi, la reverberancia de desdibujar los perfiles de lo que creemos ser, para descubrir lo desconocido, lo que nos habita, lo que somos.

He percibido mucho amor, y sospecho que es el nido, la tierra, en la que se cultiva este zen de la vida, este zen que se practica en Ipar Haizea, que es único, genuino, nuestro, que no se parece ni tiene que parecerse a nada, porque es lo que brota de los corazones de esta comunidad, pura vida.

Os he descrito lo vivido con una cierta objetividad, para deciros ahora, lo que he sentido, o más bien lo que siento, porque aunque me zambullí de lleno y con ganas en los días laborables, siguiendo las indicaciones de Rafael, sabiendo que es la misma vida la que late en ellos, no sé si he vuelto en realidad, o sigo allí, a los pies del monte Anboto, coronado de nubes, escuchando los trinos de los pájaros, la canción del agua caudalosa, viendo los árboles desnudos, y las flores que brotan en invierno. No sé si aún sigo abrazada a la tierra, en un abrazo en el que se borraron los límites de mi cuerpo, para ser sólo una con Ella, en Ella.

Gocé del presente, del instante, porque me vi invitada a ello. Recuerdo unas palabras: dalo todo, vive al 100%, que me impresionaron. Aprendí del agua, del sol, del aire, de la tierra, de los pájaros, de las flores, de los compañeros en el retiro, aprendí de la Vida, que habla en todos esos lenguajes, y que habla siempre de belleza y de amor. Aprendí también a confiar un poco más en mi misma, en lo que me guía, y dejar pasar los miedos y las desconfianzas a que el ego se apropie de la luz y la oscurezca.

El zen de IparHaizea es el mismo zen de siempre, y a la vez es un zen totalmente nuevo, porque vive y late en cada uno de nosotros, en el gesto sincero y humilde de ponernos en las manos de lo que nos convoca y trasciende.

No quiero hablar mucho de Rafael Redondo, porque sé que a él no le gustaría que lo hiciese, pero al menos unas palabras, para agradecer, agradecerle, su radical entrega a la Vida, su confianza sin fisuras en lo que nos habita y su rendido amor hacia sus semejantes y hacia todo lo viviente, que nos contagia y nos empapa a todos.

Ojalá en todos los lugares se hicieran constantemente esa pregunta sincera ¿que práctica es la que se hace aquí? y se me vino a la cabeza, cuando escuché esa pregunta, otra similar, que me he hecho muchas veces: ¿que es ser una mujer?¿que es ser un ser humano? No hay respuestas preparadas para estas preguntas. Hay preguntas cuya respuesta debe ser reinventada por quien las formula, porque son respuestas que sólo pueden vivirse sin referencias, son una puerta a lo desconocido, a lo que no puede conocerse a través del pensamiento.

Me he sentido en familia, como en casa. Todo es gratitud.

Gratitud

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