Aferrarse al vacío,
y reconocerse en la propia desnudez.
Limitarse en la humildad de ser lo ilimitado,
donde la lejanía extingue sus distancias y creencias.
Reencontrarse en la profundidad interior,
derramándose cada vez más adentro.
Extra-limitarse en el impudor de sólo ser,
para ganar así la Presencia, que es tacto, y contacto,
del alma con su carne.
Reducir el lenguaje a su esqueleto
y palpar la Presencia
que emana de la Ausencia,
como el que, siendo arquitecto de su vida,
sabe instalar en el aire su morada.
Lograr, sin darse cuenta, ser Nadie,
la inefable belleza del rastro de una ola extinta
que nace y se deshace, que avanza y des-avanza,
en el eterno vaivén que fluye de su origen inmutable.
Caminar tan sólo es desandar
en el secreto de ser Nadie.