Cada momento de hacer Za-Zen es para mí una oportunidad de re-cor-dar mi nadería: un ser Nadie que, por serlo, abre su puerta hacia un extraño, pero real, lugar sin lugar del que todo adviene en forma de Muerte y Vida. El más antiguo evento, que es el prodigio de respirar.
Respirar es ser flujo en la gran corriente de la Vida, su continuo devenir; es el vibrar de nuestra incesante metamorfosis que nos lleva a dejarse tocar por el Aliento del Ser que nos respira y se deja respirar.
Respirar la posibilidad de abrirnos a una consciencia que incansablemente se ensancha y nutre en el Resuello de Dios, mientras, imparable, atraviesa nuestros más recónditos capilares.
La respiración no la hemos forjado por nuestra cuenta, nos ha sido dada, y prestar oídos a su incansable borboteo es un motivo más que suficiente para despertar definitivamente al Ser.
Estoy hablando de una atención que ilumina nuestro camino hacia la transparencia de Lo que siempre fuimos y somos antes de que la especie humana existiera.
Cuando el imperecedero devenir de ese infinito vaivén es percibido con la calma de quien no busca provecho ni pone voluntad en lograr ninguna suerte de meta u objetivo, y la atención se centra en la expiración, nos hallamos en el umbral de la experiencia del Gran Silencio. Acogedor abrazo del Gran Silencio.
Es radicalmente importante atender a ese portentoso reclamo que en cada instante nos es dado; pero, sobre todo, saberse detener en él, permanecer en él, para saborear ese Misterio que pugna por desvelar su ocultamiento y hacerse Presencia.
La Presencia es Alguien, progresivamente gigante en la misma medida en que, dejando a un lado nuestro pretencioso yo, nos abandonamos a su liberador poderío, siendo entonces cuando el Gran Silencio se torna en manantial interior, del que brota la inspiración que sigue al espirar, y la Vida que sucede al expirar.
La respiración, psijé, Soplo del Espíritu que en nosotros se expresa con-formándonos como mente y cuerpo en el Ser; pálpito inicial que insufla creatividad inspiradora. Verbo hecho carne.
A la inspiración sucede otro silencio en el que se cumple el nuevo espirar-expirar. Allá, a su paso, el Aliento perfora células, tejidos, miembros, huesos, cuerpo, regenerados en el eterno devenir del Ser del Cosmos.
Cada inspiración es, de ese modo vasija, recipiente, álito sagrado que asciende a la Luz de la Conciencia, mientras que cada espiración un soltar presa, descendimiento a la profundidad, gratuidad oferente. Todo el cuerpo respira y recibe la re-percusión de ese Alguien. Ese Alguien a quien todo cuerpo respira por todas sus células.
Todo, dice Hugo Mugica, contiene un aliento, un soplo que lo atraviesa todo, de ese aliento, y en él, todo respira, es el que pide ser asumido, pronunciado: es el que lo inspira todo, el que en todo se trasciende.
Todo el cuerpo se deja respirar, se deja hacer Aliento. La divinidad espira su Soplo en mí y yo lo inspiro:
- Me abandono en el espirar, permanezco en ese Alguien, deteniéndome en su Fondo.
- Contemplo cómo la fuerza del abandono incesantemente transmutada en poder de inspiración, regresa renovando y renovada. Vida y muerte, inspiración y expiración, una misma cosa.
Y también advierto de qué manera la expiración se va lentificando y más profundo el Soplo en mí se instala.
Se trata de ver en cada segundo, el milagro de la Vida: inspiración, espiración, respiración. Ahora, aquí, al filo de este instante.
La Vida, más cerca imposible: desde la cabeza hasta el subsuelo de nuestras entrañas. YO SOY ESO, corazón de su corazón latiendo en sus latidos, sangre de su sangre.
La respiración, un continuo y humilde dejarse hacer don; donarse, aban-donarse; incesante flujo sin esfuerzo voluntario. Sólo en ese momento nuestra meditación, ella misma, se deja meditar, se hace Unidad de fondo y forma con esa Presencia que en su divinidad nos nutre y nos conforma como dioses, que si lo somos es debido a que hemos sabido rendirnos ante el brocal de la Vida donde muere el personaje.
Sólo siente ser Dios quien no se endiosa.