Tras los «olfateos» de la unidad, después de experiencias de expansión de la conciencia en las que la perfección de lo más simple se muestra ante nosotros, «volvemos» al mundanal ruido y puede que se instale en nosotros la desolación. Es el síndrome de abstinencia de la ilusión. Una ilusión que se había ido cimentando en metas cada vez más «elevadas», desde la ilusión adolescente del atractivo físico, al atractivo intelectual, la ilusión de ser «bueno», la ilusión de ser «sabio», hasta la ilusión última, la de un «estado de iluminación», seguramente alimentada por bellas y profundas experiencias a medida que la búsqueda nos zambulle en la práctica sincera. Pero cuando la realidad se revela tal y como es, pulveriza toda construcción ilusoria. Entonces, es el momento de la aceptación, de atravesar ese páramo colmado de desilusión, de hacerse disponible a lo que sea que haya de venir, y abrirse en canal para que el viento de la vida vaya oxigenando y secando los mohos tantos años encavernados. La más profunda y dolorosa de las desolaciones no es sino la postrera sombra de una luz serena que se irá manifestando suavemente, a su ritmo, sin posibilidad de planificación. Sólo hay que observar la profundidad de esa desolación, con total atención: en su núcleo, bajo las cenizas, está germinando la semilla de la libertad. Sólo tú puedes descubrirlo, observando más allá de toda idea, pues toda idea que te formes al respecto será ilusoria, y también deberá ser pulverizada por la ventisca del Ser.
Qué bello y profundo!
Bendita desolación que nos pone en bandeja el misterio de la vida…Que nos vive…Qué bien! Un beso