Rompe el día en el silencio de Berriz. Anboto al fondo despliega de la umbría haciendo Zen. Todo aún calla; los pliegues rocosos de la cueva, morada de Mari, desvelan ya el florear de la luz. La Dama me previene: buscar el despuntar la luz no es apropiarse de ella; más bien dejarla ser, aunque aún te ilumine.
Es el umbral del alba; luz que en cada guijarro prende, fulgurante momento de fuego, en cuyas sombras evanescentes se esconde el invisible dios que espera. Mi amigo Celso Navarro comienza el sesshin. Para él y para su sangha canaria este poema:
DAMA DE AMBOTO
¿Quién creó la escarpada geometría
de las rocas plegadas en la hondura,
ese magma de nubes y espesura
que serpea en las simas noche y día?
Fragoso roquedal, erecto guía
de las brujas que peinan la tersura
de esa pétrea y silente arquitectura
que en los rayos desvela su armonía.
La diosa Mari, arranca en las laderas
esa miel seductora, que derrama,
generosa, entre hayedos y praderas.
Y todo el peñascal, ebrio, hoy proclama
por abismos, cavernas y escolleras
la deidad soberana de su Dama.