Queridos compañeros y compañeras, buen inicio del verano.
Mi recordatorio insistente: la experiencia de ese Ser envolvente que no acertaremos jamás cómo nombrarle, está más allá de todos los dogmas, de todos los rituales, de todas las religiones y sagradas escrituras, por muy sagradas que sean. El fenómeno del “despertar” se pierde en la noche de los tiempos, no es monopolio de filosofía o creencia alguna; el despertar es anterior a budismos, ateismos y cristianismos. Despertar no es algo que se nos da después de la muerte, sino que es una posibilidad que late en esta vida, aquí, ahora, en este momento. La experiencia del Ser, por ser universal, no puede colonizarla nadie, ningún maestro, ninguna escuela de meditación: está al alcance de todos, siendo lo más próximo de toda proximidad; efectivamente, el Reino Dios se halla dentro de uno mismo. Por tanto la verdadera religión es la Vida en todas sus manifestaciones, porque La Ruah sopla donde quiere.
Meditar es responder, desde el silencio del Ser, a la más profunda demanda de las demandas. El Ser del Silencio carece de voz, y a pesar de ello, se manifiesta en el tumulto de toda la Creación. Mas el ser humano posee a cada instante la ocasión, y la gracia, de poder escuchar lo inaudible dentro de su más profundo centro, siendo esa su razón de ser y de estar en el mundo.
La sentada callada (Za-Zen), es un privilegiado escenario donde el Espíritu del Silencio actúa y se expresa en un lenguaje sin palabras. La sentada en silencio, es un lugar de encuentro con el Ser, donde se hace posible apreciar la voz, sin voz, de esa profunda demanda.
Al ser humano le ha sido conferida la palabra, y nosotros mismos, en la forma que nos ha sido dada, estamos en situación de poner tildes y acentos a ese silencioso ruego. Es más, nosotros mismos ya somos esa palabra que emerge del Silencio.
Que Occidente debe descubrir su propio zen, es una necesidad perentoria no sólo demandada desde hace lustros por algunos maestros orientales, como Taisen Deshimaru, sino, sobre todo por los prestigiosos maestros occidentales, como Karl Graf Dürckheim (que cambió el nombre de “Za-Zen” por el de “sentarse en silencio” y se negó a ser reconocido como maestro), o como el maestro Willigis Jäger, que tuvo serios problemas con la Escuela Sanbo Kyodan, fundada por Yasutani Roshi, sin dejar de citar a Carlos Gustavo Jung, que declaró lo mismo ya en la década de los cincuenta. En tal sentido creo justificable, por su interés iluminador, la cita “in extenso” del prólogo de Willigis Jäger en mi libro “El Esplendor de la Nada” (editorial Desclée de Brouwer, 2010):
Hasta hace bien poco, el Zen era para occidente como una semilla extraña, como una especie de planta exótica que a lo largo de los últimos decenios enraizaba en nuestro suelo hallando en él un espacio reconocido y respetado por las restantes clases de plantas.
En este cambio de escenario, es inevitable que el Zen se vaya adaptando y ampliando a nuestras formas occidentales. El hecho es que el Zen ha marcado su impronta en occidente, pero también el occidente en el Zen. Se trata de una interrelación recíproca, aunque todavía en marcha, en movimiento. Sin embargo, lo esencial del Zen – el despertar de la estrechez de los límites de la personalidad – permanece inalterado, aunque hoy ya se halla en condiciones de abandonar sus ropajes asiáticos para acercarse a nuestro modo de pensar.
El Zen, es un camino apto para las gentes de todas las clases y culturas. Es cierto que nos ha llegado desde un entorno budista oriental, pero ya se está revelando a occidente en su verdad. Y aquí, no tendrá más remedio que desprenderse de sus iniciales épocas monacales, para adaptarse mejor tanto a la antropología como a los nuevos paradigmas de nuestro siglo XXI. El hecho es que los occidentales que transitan en el camino del Zen ya no viven bajo la protección de un monasterio, sino insertos en su muy concreta vida cotidiana con su familia, con sus hijos, con sus problemas laborales, de pareja y financieros… Problemas de los cuales los monjes siempre estuvieron exentos bajo la protección de sus monasterios.
El camino del Zen, ha estado siempre – y seguirá estando- condicionado por las influencias culturales de cada época, por tanto, su desplazamiento hacia nuestra cultura moderna le habrá de exigir los importantes cambios provenientes desde la nueva psicología y la nueva psiquiatría como desde los actuales hallazgos de la neurología.
La transformación del mundo comienza en la transformación de cada individuo, y el Zen nos ayudará a dejar atrás lo que ya no nos va y nos molesta como una vieja prenda que se nos ha quedado demasiado estrecha. Pero de lo que aquí se trata no es tanto de una simple reforma en nuestra manera de ver la vida y el mundo, sino de una real transformación, si es que de verdad queremos dar nueva forma a la nueva realidad. Es nuestro deber entrar en otras dimensiones de la experiencia que nos permitan conocernos mejor.
Se trata de morir a la vieja hojarasca en cada instante, en este, por ejemplo. Morir en el cojín.
Hora es ya de distinguir las creencias de la Esencia; y, sobre todo, de construir puentes desde el Vacío sin fronteras, más allá de Oriente y Occidente.
Hora es de construir puentes,
más allá de la silenciosa
quietud oriental
como del huracanado
verbo occidental,
todo lo que asciende converge
en el Vacío sin fronteras.
El viento del mar lleva sus gaviotas fieles
porque no las engulle, las eleva.
¡¡BUEN VERANO!!