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Nuestro verdadero hogar…

Aguardar, vigilantes, el suceso del instante, abrazando, manos alzadas, el misterio que en él late. Por muchos dientes que ofrezca su amenazante mandíbula, desafiar al Vacío. Y respirarlo por más que la piel nos tiemble. Escuchar, por sus rendijas abiertas, la voz del Ser, del sólo Ser. Palpar su cercanía, su aliento en nuestro aliento. No importa el clamor de las palabras, pues se trata de vislumbrar la estrella de lo eterno aún en el ruido de su fugacidad.
La conciencia del ser humano, aún en los abismos, posee alas que lo elevan; no es un ángel caído. La infinita Bondad que le apremia, es ajena a toda culpa, a todo dogma.
Abrir en la conciencia, con la garlopa del estallido de la luz, un espacio nuevo fuera de todo espacio; un tiempo fuera de todo tiempo; para, luego, toparnos, sin buscarla, con la manifestación de lo invisible indecible, con esa abrasadora fuerza, que no deja de forzarnos a caminar hacia nuestro verdadero hogar…
Rafa Redondo

 

El Camino jamás se inicia en mí:
el primer paso para andar por él, para seguir estando en él
es, sencillamente, este dejar de estar.
Ser la propia in-presencia, albergarse en el Vacío,
apoyarse en su grieta. Sólo ser.
Y darlo a conocer y re-conocer.
Rafa Redondo

 

Música:  Spirit is Calling – Olivia Rosebery

 

 

In principio erat verbum (Juan, 1-14).

In principio erat verbum (Juan, 1-14).
Tu palabra, esa mueca sagrada que el Vacío de tu desasimiento brinda a mi existencia…
Y pareciera, Jesús, que hoy, tu Espíritu, aunque se oculte, en su afán por manifestar tu instinto de donar, de hacerte pan, de trocearte, de hacerte verbo, narración y Epifanía, rasgara de un tajo los velos que le velan, esa porfía constante en tu mensaje. Tu ser es tu donarte. De ahí, Maestro, que sienta mis labios, nuestra amorosa boca, como evocadora de la no-palabra desde la que brota tu palabra desde antes de que todo viviente viviera: la palabra interior, la siempre naciente, esa que brota del aliento anterior a todo decir, toda canción, todo poema, verso y beso. Así te siento, Jesús: Verbo que se trueca en mi verbo, donde desea sonar y desde tí desea prolongarse haciendo de mis labios y en los labios el humilde brocal de tu Presencia. Sí, las bocas de mi ser viviente…su soplo al par del tuyo: un acto de amor, una proclama, un diseño de transparencia en el devenir del mundo…
Devenir en tu rasgarse en tú hacerse grieta… Por dónde tu luz penetra en cada instante…
Tú, ese ungüento que de ti recibo y todos recibimos en tiempo de inclemencia para ser ungüento de otros, hasta el final, hasta el extremo.
Este es mi cuerpo, este es tu cuerpo, amado Maestro.

 

Música : Nightnoise – For Eamonn

 

 

 

¡ABBÁ!

¡ABBÁ! ya disponible en librerías bajo la Editorial el Gallo de Oro.
En el último libro del Maestro zen Rafael Redondo Barba, es posible encontrar una palabra que es reflejo de la experiencia y un silencio que es luz de la verdad.
Todos los seres humanos somos místicos en potencia y nos convertimos en tales desde el momento en que de alguna manera tomamos conciencia de Dios en nosotros y experimentamos su presencia. Acontece desde el mismo momento en que ese contacto primordial, permanente y necesario entre Él y nosotros se nos hace sensible y adquiere el carácter de encuentro seductor, de abrazo constituyente, de toma de posesión liberadora. Los místicos de la cotidianidad no son superhombres. La mayoría de ellos ni sufren éxtasis, ni tienen visiones. Son hombres y mujeres capaces de escuchar (en la menor emoción estética, en la más modesta oración, en la más leve pasión amorosa, en la más ligera captación de la verdad, en la más intermitente práctica solidaria o en el más desfallecido compromiso con los derechos humanos) ecos, casi imperceptibles y evanescentes, «de un no sé qué que quedan balbuciendo» y que denotan y hacen referencia a Dios, aunque «no sepan decirme lo que quiero» (S. Juan de la Cruz). Una y otra vez Rafa nos quiere persuadir con su testimonio de que «experimentar algo» del Misterio de la Vida es una posibilidad al alcance de cualquier hombre o mujer.
Nadie se acercó al dolor humano
con tanta compasión, tanta ternura
y fuerza seductora. Ni el paso del tiempo
pudo amortiguar el eco de esperanza de su verbo.
Nos amó…-y lo sigue haciendo-
hasta el extremo.
De Rafael Redondo Barba.