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Y ser unos y unas contigo para siempre…

En el centro de la fiesta no hay nadie. En el centro de la fiesta está el Vacío. Pero en el centro del Vacío hay otra fiesta.
(Roberto Juarroz)
Esa Presencia Activa que me libera y me despierta: tu presencia, Padre entrañable, la que segundo a segundo, incesantemente remueve mis entrañas. Esa Presencia, sí, que me empuja a interrogarme: pero, ¿cómo es posible que yo pueda vivir ajeno, de espaldas, a esa Realidad que en cada instante me interpela?
Pienso que si tu Hijo Jesús naciera mil veces en Belén pero no en mí, yo sería, el más desgraciado de los hombres. Sí, porque tu Hijo se hizo Hijo del Hombre, para que todos y todas y tuviéramos la potestad de ser hijas e hijos de Dios, de tu misma naturaleza, Abbá entrañable.
Estoy convencido de que si de verdad creyéramos en la Encarnación de tu Hijo, sangre de tu sangre y sangre de mi sangre, no habría nadie en la tierra que no estuviera dispuesto a celebrar tu honda Presencia en cada ser viviente…
Cuando somos conscientes del amor que nos habita, cuando estamos solos ante una noche estrellada; cuando vemos por casualidad las aves migratorias en otoño descendiendo sobre un pequeño bosque de álamos plateados para descansar en el césped y tomar su alimento; cuando vemos a unos niños comportarse como niños; cuando experimentamos el abrazo apasionado de un ser amado; o cuando como expresan los poetas orientales en sus haIkus al quedarse quietos ante el chapoteo de una rama que cae en el río; o el sonido de una rana al lanzarse al estanque… Todo ello, Señor, nos brinda la percepción de poderte ver como danzarín de una admirable Fiesta cósmica, donde tú eres la danza y nosotros los danzarines.
El Mundo entero, y el tiempo que en él discurre son tu danza: la danza del Señor en el Vacío. Porque, efectivamente, estamos en medio de la danza y ella en medio de nosotros. Porque Tú, sangre de nuestra sangre lates en nuestras arterias, querámoslo o no, seamos conscientes de ello o no. Todos estamos invitados a esa danza, a despojarnos de nuestra patética solemnidad. Y ser unos y unas contigo para siempre…

 

Rafa Redondo

 

Múisca : Ave Verum by Albinoni

 

 

Aromas del Zen

Sucede a veces que en el corazón mismo del silencio surge una asfixiante carencia que nos empuja a quererla llenar huyendo hacia adelante y -sin apenas interrogarla ni escucharla- iniciamos el camino a no se sabe dónde. Pero entonces puede y suele ocurrir que en lugar de llenar nuestros vacíos de sentido, nos topemos tan sólo con simples objetos. Esta sociedad distraída nos quiere entretener con lo que le es más propio, con objetos, con objetos en forma de proyectos, de huidas compulsivas, de marchas turísticas paradisíacas que acaban remitiéndonos a nosotros mismos, para luego extinguirse.
También a veces brota –sería mejor decir nos brota- del silencio una necesidad de descargarnos de todo aquello que creíamos poseer, pero que nos poseía. Desinflarnos, como suele hacerlo un globo aerostático que suelta su lastre para mejor proseguir su ruta libre hacia las alturas. Descargarse, sí: un imperioso impulso, o instinto hacia el liberador despegue de la tiranía de lo dado; una suerte de desapego que no es indiferencia, sino el mismo portalón del amor.
Liberarse es habitar el mundo y, más aún: despedirse del mundo con lo puesto.
Soltarse, sí -entre alivios y dolores- de una realidad fingida, aunque presentada y re-presentada como lo real. Liberarse de la realidad falseada, de la posesión ilusoria de un ego que el mismo viento desvanece. Liberarse supone tener el valor de detenerse y tener el valor de mirar nuestra falsa realidad revestida de verdad, pues falsa es toda construcción mental que se resiste a ser soñada y vivida. Sentarse en silencio, entornar la mirada a mis adentros, en un esfuerzo por captar lo invisible, es mi propuesta.
Mas, curiosamente, nuestra inconsciente sed de sentido perdura incluso cuando, saciados del placer que causan los objetos, estos van perdiendo progresivamente la capacidad evocadora que durante un tiempo nos colmó, y el gozo, entonces, se torna en indiferencia, o en hastío. Ya sabes –te dicen los pragmáticos adaptados- esa es la vida, esto es lo que hay, tan sólo objetos…
Alienados por esa idolatría, caímos un tiempo en el delirio de que la alegría que suscitaron los objetos se encontraba dentro de ellos mismos, como si fueran los artesanos de la plenitud que nuestro corazón suele encender e iluminar. Pero en la quietud plena, de la que brota el valor de afrontar el dolor sin rehuirlo, vemos que en el fondo de lo fondos la verdadera paz existe, pura, ilesa, no subordinada a objeto exterior alguno, porque la auténtica dicha tiene en sí su propia razón de ser, su vida propia, su autonomía.
En el corazón del silencio liberador que rompe los muros de nuestra soledad, podemos comprobar que la paz real se halla en nuestra más honda entraña, porque el sonido de su salvaje soneto ha decidido sonar, cantar, allá en su más profunda arteria, en un canto que alberga el infinito.
Es verdad, lector amigo, que puedo ser pobre de objetos, pero también te digo, y muy en voz alta, que no es menos verdad que puedo estar borracho de eternidad. Y sin remedio. Lo sé. Y para saborear tal borrachera, regalarla, decirla y escribirla, hemos nacido. Es que que lo demás no tiene objeto.
Extracto de mi trabajo «AROMAS DEL ZEN» Rafael Redondo, Desclee de Bouwer.
Rafa Redondo

 

 

 

Música – Blessed we are

 

 

 

 

Inefable Presencia

Muchas religiones cristianas reclaman, como es natural, su vinculación con Jesús; dejarían de llamarse cristianas, pero no se trata de un derecho exclusivo porque una mirada más profunda pondrá de manifiesto que la historia de Jesús pertenece también a los rebeldes de estos 2000 años transcurridos, a los herejes y a los ateos, así como a los marxistas y comunistas de los últimos tiempos, como Milan Machovec.
Jesús de Nazareth, mensajero de Dios, nació como murió, desnudo, con las manos vacías, con la doble fragilidad de un niño pobre. Nació en un lugar que ningún padre hubiera querido para su hijo, un pesebre. Fue y sigue siendo un mensajero que no vino para interesarse por los pobres, sino para convertirse en uno de ellos, experimentando con ellos, y en propia carne viva, la impotencia de los ninguneados, la injusticia de los poderosos y la prepotencia de los sacerdotes. Todo a la vez. El Maestro de Nazareth anunció un porvenir que no se nos abre, como se ha dicho, por su regreso majestuoso al final de los tiempos como un Pantocrator rebosante de gloria o mesías de los ejércitos, sino que ya ha llegado como el mesías de los pequeños olvidados que nos libera del miedo a la muerte al haber sido crucificado un día hace más de dos mil años, como un excomulgado, el que ahora vuelve a ser crucificado con los diariamente crucificados: cada vez que una mujer es violada o asesinada, o que una familia entera es explotada por una multinacional, o aplastada por una gran empresa eléctrica; cada vez que un anciano o joven es desahuciado por la Banca….Hablo de un Jesús que nos legó su Espíritu, el que nos ayuda por y a través de su fragilidad indestructible y su despojamiento; un Jesús que resucita cada vez que ese destino infame es denunciado y vencido por los nuevos cristos y cristas que se juegan el tipo rescatando vidas el Mediterráneo, por las mujeres que dan la cara en el Sahara, o ante la explotación de la Naturaleza. Esas cristas que reflejan el Espíritu de la Vida, la vida que anuncia Jesús, la propiamente humana, la que posee un alcance infinitamente más grande que la vida biológica .
Jesús pertenece a toda la humanidad.
Rafa Redondo
El ejercicio de Za-Zen no persigue el saber, ni apunta al aprender; sólo consiste en un estar no estando. Estar sin saberse estando…Quizá –se me ocurre- sea dis-estar, o des-estar, el par de verbos que algo aproximan a ese estado de permanecer siendo permeable al Ser.
Pero lo que sí es cierto es que ese no-estado es experimentado como un fulgor o fogonazo de conciencia que nos encumbra sobre los patrones de lo que creíamos ser.
Es curioso, cuánto más nos olvidamos de nosotros, cuanto más “nos hacemos a un lado”, atisbamos que el tiempo se detiene, dejando de ser tiempo; dejando de ser pensamiento (el pensamiento es tiempo). Algo entonces llega, Algo que ocupa –es un decir- el lugar de mi ser nadie. Algo que sobrepasa mi ser olvidado. Algo que plenifica mi cuerpo silente en la postura de Za-Zen.
Un Algo que no se puede nombrar, ya que nombra y apellidar nos separan de lo que se resiste a ser nombrado o apellidado.
Y llegado ahí, conviene dejar, dejarse, dejar que Algo-Dios sea Algo-Dios. Inefable Presencia que indefectiblemente surge de la Ausencia.
Zen –me escribió un día Hugo Mujica- es una palabra a la que sobran tres letras; las tres letras sin las cuales no sabríamos nada del Zen.
Dejémoslo por hoy así, quedándonos en la extraña y sabia nube del no-saber sabiendo.
Rafa Redondo

 

 

Múisca: Peia – Four Grat Winds