Me pide Rafa un escrito sobre este pasado retiro a las faldas del Anboto, nuevamente acogidos por nuestras ya hermanas de camino del Barnezabal del Berriz. Y me sale recurrir a la foto que Karmele nos ha regalado de la montaña, de cuyas cuevas parece descender Mari, su Dama, hecha fulgor de luz. Porque si en la foto la luz se hace forma, en este retiro ha cobrado peso el Silencio. Pocas veces como este fin de semana me he sentido tan sobrecogido por la presencia del vacío, la solidez de una ausencia de ruido que hacía igualarse a silencio y sonido. Un silencio que podía tocarse en el zendo, tal era su densidad.
Cuando el Silencio pesa así, se abren las puertas del cielo, y también las del infierno. Se presenta la conciencia desnuda y ante ella no caben disimulos ni guaridas donde esconderse. La dicha hecha ola de inspiración y resaca de espiración te hace el amor y te gesta el vientre, pero también queda en bragas la sombra, descorridas las cortinas de la razón. Hay que ser valientes, sí, para liberar y mirar a los ojos al lobo que amenazante gruñe, pero no menos que para mantenerlo enjaulado a costa de la felicidad, y a veces de la salud. Se queja la mente, que se las prometía felices con cada cosa en su sitio, cuando entra el vendaval arramplando con todo, sacándote a empujones de tu confortable salón. Pero sabe que en el fondo te estabas consumiendo, y que las puertas y ventanas aterradoramente abiertas son el trampolín a la libertad. Y a tientas, dudando y con miedo, te arrastras a gatas por el oscuro túnel al que aboca la atención. Hasta que tocas algo que late entre quejidos y ya, de perdidos al río, te entregas: sin reja que te Seguir leyendo El peso del silencio