Adentrarse en el Silencio conlleva afrontar una cierta soledad. Cuando uno se adentra en una cueva profunda, primero salen los murciélagos, se aventan las sombras, y nos sobresaltan, si seguimos, como describe Cervantes en la entrada del Quijote a la Cueva de Montesinos, uno llega a lo profundo y se percata de que una gota de agua cae lentamente sobre un lago en calma, uno se encuentra en la vibración familiar del Silencio.
Quizás todas nuestras huidas, todas nuestras angustias, sean provocadas por el pánico que nos da entrar en lo profundo, en la soledad del hombre, por eso a lo mejor tememos al paso del tiempo, porque nos enfrenta constantemente con este reto de afrontar el contacto con uno mismo.
“No uses a nadie ni a nada para huir de tu soledad” decía Moratiel, y tantas veces que buscamos fuera una distracción, una felicidad superficial que nos ahorre entrar dentro y mirar de frente nuestro miedo a quedarnos en una cierta soledad. Pero eso nos hace esclavos, dependientes, y probablemente lo seríamos gustosos si no fuera por el dolor que conlleva, por la asfixia, si no fuera porque la vida, incluso a nuestro pesar, nos impulsa hacia esa dicha plena que nos corresponde como heredad, por nada, sin hacer nada por merecerla.
El amor no hay que merecerlo, probablemente si percibiéramos que somos amados, podríamos entrar con confianza. Dice Christian Bobin que cuando uno ha sido amado verdaderamente, “mirado” verdaderamente, aunque sólo haya sido una vez en la vida “es como si se te hubiera dado un alimento… que te basta. Te basta incluso si no es renovado, incluso si no te es dado nuevamente, incluso si no sabes bien en que consiste. Es suficiente quizás haber recibido esto y no dudar de aquello que te ha sido dado, no dejar que se pose la duda sobre ello. Es bueno dejar el resto de la vida en un gran estremecimiento, en una fiebre, en una inquietud – que es buena, siempre que no se dude sobre ese pequeño punto en el que se sostiene.”
“Todo el misterio del Silencio es que nos pone en contacto con nosotros mismos.”
J.F. Moratiel