Salgo de mi silencio ante una carta de mi amigo Eloy:
Si hay un hombre que acaso como nadie
sabe de la alegría
-y digo que la sabe,
que la valora, porque muchos años
hubo en su pecho una profunda herida-,
es quien hoy lo confiesa emocionado
en estas pocas líneas.
Combinar el sol directo del mediodía, con la lluvia oblicua que empapa nuestros huesos…
En la aventura de existir surgen situaciones y sentimientos paradójicos, como el poder vivir un gran sufrimiento interior a la vez que una inmensa dicha; un dolor extremo acompañado de una alegría también extrema.
El ser humano debe construir un puente entre ambos sentires y vivires. Reencontrar ese eslabón que reconstruye y unifica las diversas dimensiones de nuestro ser. Y no es asunto de psiquiatras, o, al menos de su exclusiva incumbencia, pues también el poeta verdadero puede ayudarte a dejar que el alba hermosa entre en tu rincón tristísimo y salga a este minuto prodigioso que sin comienzo ni final se cumple: el único que existe, el verdadero, el que te da a beber de su agua pura.
Observa, por favor: en cada instante se te brinda una ocasión de atravesar el cuerpo del dolor, una oportunidad de vivir la Resurrección. Lo sé.
Regreso al silencio.