Calla, escucha, y, sobre todo, siente, de qué manera el silencio se instala en tu cuerpo, mientras te aprieta entre sus vacíos brazos te asfixia y destituye. Vete tomando nota -si de verdad te atreves a seguir la dolorosa pero liberadora indagación- cómo el continuo crepitar del Misterio ahoga tu enorme miedo. Y sigue, sigue prestando oídos al zumbido del Fondo de tu origen.
Continúa el camino -aunque sea por rutas escarpadas- y detecta cómo, “eso” que llamas dios se manifiesta en la distancia y espera en la lejanía. Y de ese modo nos desborda y sobrecoge.
Pero persevera, experimenta en tus latidos el oleaje de tu sentimiento de inmensa carencia, el molde donde se troquelan las demás escaseces, la matriz en que se engendra la fila de indigencias que por tu cansada mente desfila.Y mira cómo, impaciente, deseas a cualquier precio aplacar tu sed, huir del vacío llenándolo de objetos, de objetivos de proyectos; para luego, como siempre, decepcionado, brincar de fracaso en fracaso, de contienda en contienda, de padecimiento en padecimiento…
Mientras tanto, los voceros del Pensamiento Único machacarán diariamente tus tímpanos con lindezas como “Así es la vida” o “Ése es el destino de nuestra condición humana”, o “Muchacho, sé pragmático”, “Chica se realista, no seas romántica, acepta con resignación el orden de las cosas»… Tal es el cotidiano pregón de los obedientes servidores del Establo establecido.
Examinemos más de cerca. Cegados por la complacencia que nos deparan los objetos, caeremos en la cuenta de cómo provocan hartazgo, incluso desidia e indolencia. Si bien es cierto que aquellos temporalmente nos remiten a una sensación de plenitud, en un segundo momento pierden su hechizo evocador, siendo así como podremos concluir que la dicha que en nuestro Fondo habita es ajena a los objetos, y que estos no son los artesanos de tal dicha. La alegría existe por sí, y por mucho que el hábito de asociarla a los objetos sea en nosotros muy arraigado, podremos llegar a ver que la dicha “funciona por libre”, que no es posible “objetivarla”, que ningún objeto la concibe, que es inefablemente inalterable, sin causa, omnipresente. Aunque opaca a los cegados ojos de la conciencia ordinaria.
Calla y escucha…