Sólo del gran Silencio puede germinar nuestra capacidad de dejarnos deslumbrar ante los mínimos gestos en que se expresa la Vida; también de detenerse ante la experiencia, siempre nueva, del Ser, para, curiosamente, asombrarse del propio asombro, abriendo los ojos como los abre un niño: despertando a la inocencia que brota del Origen.
Meditar es soltarse, rendirse, desprenderse; es des-aparecer, sin apenas dejar huella, mientras nuestro pequeño personaje arde en el fuego de la Luz.
El mundo duerme sumergido en su noche; parece no añorar la estrella que en cada instante le interpela, y vive – eso al menos dice – en paz.
Mientras, en hondas soledades, da la espalda a esa falsa paz, el que esto escribe durante cuarenta años de exilio escarbaba, incansable, en los límites del tiempo, en las heladoras fauces de una dura ausencia, con el afán de lograr un tenue vestigio de un demiurgo de luz, o, cuando menos, las cenizas de sus pisadas. Mientras permanecía quieto, Seguir leyendo Introito (2)