El alba, hipnotizada de silencio,
despierta en su grandeza iluminada.
Como si la Naturaleza, inmóvil,
se dejara habitar por lo indecible.
El fresco corazón de la Materia,
palpita en cada forma estremecida.
Ya, grávida, la tierra, va extendiendo
los pliegues de sus alas incendiadas.
Estallan las primeras claridades
y de sus hondos senos, como un ascua,
se alza la meseta amanecida.
Corre, embriagado, el aire por los trigos,
y abrazando los mares de amapolas,
se eleva a las raíces de la altura.