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Paisaje inmóvil

El alba, hipnotizada de silencio,
despierta en su grandeza iluminada.
Como si la Naturaleza, inmóvil,
se dejara habitar por lo indecible.

El fresco corazón de la Materia,
palpita en cada forma estremecida.
Ya, grávida, la tierra, va extendiendo
los pliegues de sus alas incendiadas.

Estallan las primeras claridades
y de sus hondos senos, como un ascua,
se alza la meseta amanecida.

Corre, embriagado, el aire por los trigos,
y abrazando los mares de amapolas,
se eleva a las raíces de la altura.

Presta oído…

Para que el Absoluto te posea
y se filtre en tu voz su honda palabra;
para que el Gran Misterio a ti se abra,
que ninguna pupila a ti te vea.

Traslúcida a cuanto te rodea,
trasparente al Silencio que en ti labra,
devén en su susurro, antipalabra,
claro decir del Ser, su humilde tea.

Cuando pienses que todo se ha perdido,
presta oído al dios que en tus suspiros
te alienta con su aliento y su reclamo:

el latido que late en tus latidos,
insólito temblor, Ser fugitivo,
que me abraza y respira si le llamo.

Eso

No me engaño, lo escucho claramente:
el dictado es exacto. Me conmueve
su lenguaje sin voz, silente nieve
que atempera el incendio de mi mente.

La deja en su honda paz. Muy largamente
contemplo el quieto Fondo que hoy me mueve
a alzarme a mis adentros, donde llueve
rocío de alba en lágrima silente.

¡Cuán claro es tu dictado, tu presencia
sin verbo, sin acento, sin fonema,
sonando en sinfonía con la nada!

¡Qué clara es, Dios, tu presencia en tu ausencia
que hoy se ensancha en mi pecho hecha poema,
recordándome el don de no ser nada!